lunes, 8 de julio de 2013

Tia Lucía

 

Tía Lucía era pequeña y seca como una cepa, y como ella daba un fruto generoso y dulce. Era hija de la tierra,  por eso se movía por ella con la gracia y ligereza de un pajarillo y cuando iba al campo ,principalmente al “Pan y vino”, saltaba las tapias y se doblaba bajo los alambres  como una chiquilla.  Y es que en realidad eso es lo que era, porque entre las arrugas (surcos donde seguro  sembró muchas lágrimas) surgían unos ojos muy vivos, llenos de ingenuidad y ternura, que revelaban una eterna juventud. Pese a quedarse viuda y con hijos en plena posguerra , el peor escenario que uno pueda imaginarse, supo vencer al destino y sobreponerse tanto a su historia personal cómo a la Historia con mayúsculas, y todo ello sin renunciar a un optimismo inquebrantable (que en los malos tiempos es la única riqueza  con que cuentan los pobres).

 
Tía Lucía, pese a que vestía de negro y dejaba su cabello plateado, no era una mujer antigua; era en el mejor de los sentidos “una mujer de las de antes”, pero que no renunciaba a los nuevos tiempos. Su nieto Chema le decía que no tenía que morirse sin probar la coca-cola y sin ir al menos una vez al Bernabeu. No consiguió nunca lo primero, ella prefería su agua del botijo, siempre presente, ya fuera verano o invierno, sobre el paño de la mesa camilla (que aunque sólo fuera como adorno a mí me parecía más bello que una figura de Lladró), pero sí logró que le acompañara, con 90 años, a ver el partido Real Madrid-Sevilla. Habría que verla allí tan contenta, en el corner del fondo norte, animando a sus jugadores, porque tía Lucía era muy aficionada a todos los deportes (ya fuera futbol, baloncesto o  watterpolo), pero sobre todo le gustaba el Real Madrid.  

Una vez le tejió a su nieto, que es socio y tan apasionado como ella del equipo merengue, una bufanda blanca  con dos cenefas moradas, para cuando fuera al campo la ondeara orgulloso, pero coincidió con las dos ligas que perdió el Madrid en Tenerife, en la última jornada,  y eso le dio mal fario , pues bien, ni corta ni perezosa,  la devanó y  la volvió a tejer para ahuyentar así la mala suerte. Con esa misma bufanda , ave fénix de lana,  renacida por la determinación de Tía Lucía, vi con Chema la final de la Champions League cuando el Madrid ganó la 7ª y  al finalizar el partido la llamó por teléfono y vi que, durante largo tiempo, escuchaba en silencio húmedos los ojos, le pregunté:

-  ¿Qué te dice?, él me puso el auricular y aún pude oírla cantar:

-  ¡oéoéoéoéoéoé!

 Era una mujer increíble. Yo no tuve la suerte de conocer a mis abuelas, por eso la adopté como si lo fuera y con total naturalidad le llamaba muchas veces abuela, (ella, con mucha gracia, a veces también me llamaba nieto) y ahora también la he perdido pero tengo la confianza que allí donde esté seguirá siendo tan simpática y feliz, eso sí, sin poder estarse quieta, barriendo las esquinas a las nubes o sacando brillo a las estrellas. ¡Ay tía Lucía!, sé que no vas a dejar ni un espárrago en el cielo.

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