sábado, 14 de septiembre de 2013

MEMORIAS DE UN ALCORNOQUE





 

"Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas"
(CERVANTES: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, parte I, cap. XI, 1605)

Soy el alcornoque que cuida la cueva del Bufo. Habito aquí, en el cerro "Calamocho", desde hace más de 200 años y he visto muchas cosas a lo largo de mi vida. Nací solo entre estas grandes piedras y ellas han sido mi amparo en los días de viento y en los días de soledad mi compañía. Mis hermanos se encuentran algo alejados, sobre todo en el "Picacho", en la cara norte, en busca de la umbría. A veces oigo sus risas pero cuando les llamo no me oyen y así, estoy condenado a ser el único de mi especie.

Más lejos, en la llanura, puedo ver a mis primas las encinas, que dan alimento al ganado en invierno y sombra en el estío. Yo también doy bellotas pero son amargas para el hombre y las desprecia. Sin embargo mi corteza sí le es preciada pues le sirve para hacer muchas cosas: tapones, artes de pesca, colmenas, aislantes e incluso para curtir el cuero. Por eso aproximadamente cada 10 años viene a recogerla, quedando después todos expuestos, con los troncos desnudos y quebrados como una colección de estatuas griegas. Es un hermoso espectáculo vernos en ese momento en la falda del cerro, al pié de las lancheras, con el tronco escarlata como un nazareno, parecemos un paso de Semana Santa que, ceremoniosamente se hubiera detenido, para escuchar una saeta proveniente de lo más profundo de la tierra, el quejido de la naturaleza que muere para luego renacer. Pero no me quejo, ese es nuestro destino, mejor perder la corteza que el tronco aguerrido con sus poderosas ramas, pues nuestra madera, que es pesada, dura y tenaz, ha sido muy utilizada, sobre todo en el pasado, para hacer toneles que duerman el vino y barcos que despierten la mar, y si aún para eso no se nos considerara dignos, siempre podríamos hacer buen carbón para encender el hogar.

Por eso tengo miedo de que llegue el día en que inventen un material que sustituya nuestra corteza, entonces ya no valdremos para nada y decidirán cortarnos, sin compasión. Porque el hombre, que durante tanto tiempo ha vivido unido a la naturaleza (pues en realidad es parte de ella) se ha creído tan superior, tan autosuficiente, que en los últimos tiempos la desprecia y la humilla, tratándola, en lugar de cómo a una madre, como a una ramera. El hombre se comporta como el hijo pródigo que malgastó su herencia y renegó de su sangre pero luego, cuando llegaron los malos tiempos, tuvo que volver cabizbajo a pedir el favor de su padre. Puede que, cuando llegue ese día para el hombre, la Naturaleza no tenga la misma paciencia

El clima está cambiando y nuestro entorno se acaba tal como lo conocimos. Ya no corren los arroyos y se secó la fuente Sarmiento, los lagartos desaparecieron y el musgo, terciopelo de las piedras, ya no reverdece cuando llega el invierno. Los pájaros migran hacia otros lugares, las mariposas se alejaron hace ya tiempo, pero nosotros no podemos huir del holocausto, nuestras raíces están atadas al suelo sin remedio. Somos los últimos guardianes de otra época, los custodios de otras vidas y otros tiempos. Porque aquí aulló el lobo caprichoso la luna (pues le parecía el ombligo del cielo) y rindió el cazador a la liebre en su recelo. Aquí los maquis se escondieron en su huída (abrigando su cuerpo con una manta de Pedro Bernardo y su alma con una causa perdida). Aquí un pastorcillo soñó que las estrellas eran un campo de trigo y la llanura el firmamento pues aquí su niña del alma, vergonzosa, le dio el primer beso. Aquí han ocurrido tantas cosas qué sólo la cueva y yo sabemos. Soy el alcornoque que cuida la cueva del Bufo, moriré guardando su secreto.

NOTA DEL AUTOR

Escribí este artículo con los rudimentos de la memoria, con los recuerdos de las muchas veces que estuve en esos parajes. Después, decidí subir para hacer algunas fotos que acompañaran el artículo y comprobar si lo que había escrito se correspondía con la realidad y, de este modo, me daba el alcornoque su consentimiento. He de reconocer que siempre que subo me cuesta encontrar la Cueva del Bufo a la primera (son tan parecidas todas las piedras y tan semejantes todos los senderos) pero al final es siempre el alcornoque la referencia que me guía (como el faro en la tormenta). Pero en esta ocasión di más vueltas de lo normal y me encontraba totalmente desorientado. Tras pasar por el mismo sitio varias veces comprobé con estupor que había pasado por delante de la cueva y no me había dado cuenta y es que el alcornoque que buscaba ya no estaba allí, por lo menos no como yo esperaba, con su copa espesa y su rotunda presencia, orgulloso como una bandera. El alcornoque había muerto y estaba partido por la mitad caído sin enmienda por el suelo. Me quedé sin palabras ante lo que veían mis ojos y pasado ya un tiempo acerté tan sólo a escribir el siguiente epitafio:

" Yacen las ramas muertas a los pies del tronco seco, el cuerpo malogrado que ya no dará su piel ni las derrotadas manos sus verdes destellos, que no se convierta el Cerro en el cementerio de lo recuerdos"

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