miércoles, 3 de julio de 2013

Capítulo XIX "El pregonero"



Antiguamente había dos clases de pregones: el que hacía el alguacil y el que hacía el vendedor ambulante. El alguacil era la voz oficial de las noticias del pueblo e iniciaba su anuncio con el tradicional Con permiso del señor Alcalde se hace saber” para luego continuar “ que es la hora de pagar la contribución”, “ que ha llegado a la localidad un circo itinerante”,  “que se ha perdido una borrica parda”,” que los quintos han de pasar por el Ayuntamiento a medirse”. Por su parte, el   vendedor ambulante  vociferaba  con gracia y picardía todo tipo de productos: "A la rica miel" a la "Sandía colorá",”A los peces”,  "El piconero", incluso alguno  ofertaba  "elixir de amores" para aquellos mozos  que quisieran conseguir a la persona amada.  

Estos últimos continúan en la actualidad aunque se han modernizado en el medio de transporte que ya no es un carro tirado por un burro o una bicicleta sino una práctica furgoneta y también en la manera  de anunciarse ya que  utilizan potentes megáfonos y sus mensajes , en muchos casos, están grabados en una cinta: “El tapicero, ha llegado a su localidad el tapicero, sillas, tresillos, sillones …” o “Ha llegado el del Puente, con muchas marcas de vaqueros como Lois y otras marcas”. Sin embargo el oficio de pregonero que difunde de viva  voz y por la calle una noticia o aviso  ha caído en desuso y su entrañable figura ha desaparecido de la mayoría de nuestros pueblos. Los altavoces de las Casas Consistoriales o del campanario de la Iglesia parroquial sirven para ampliar la voz del alguacil, pero  con un sonido hueco y metálico que, aunque se escucha alto y claro en todo el pueblo, resulta un poco frío. Todo lo contrario ocurría con Tio Boni, allá por los años 50, que tenía una voz bonita y cálida  con la que, según decían las vecinas, “floreaba”, esto es, que decía el pregón gustándose y entonando las palabras con gran musicalidad. Tio Boni recorría las calles tocando la corneta y yo salía pitando de casa  a su encuentro. Me entusiasmaba escuchar ese sonido agudo y tonante  porque  era la promesa de novedades en un mundo anodino y gris donde nunca ocurría nada. Los vecinos se acercaban, se hacía el silencio y decía el pregón como si fuera uno de los  salmos del Antiguo Testamento, y todos le escuchaban con la misma atención y respeto que si el propio rey David (autor de los salmos bíblicos) los cantara acompañado de su lira. Todo nuestro universo se resumía en su locución, lo que no decía no existía,  pero independientemente de la información que diera   lo que nos gustaba era su estilo, como le ocurre en la actualidad a mucha gente con Matías Prats. 

Para las noticias que excedían el ámbito local estaba la radio, que fue el primer electrodoméstico que no servía al cuerpo, como hacen una lavadora o un  frigorífico,  sino al espíritu, pues con su música, sus noticias y sus seriales hacía volar la mente y alegraba el corazón. Todos nos congregábamos en torno a esos viejos aparatos de madera y paño para escuchar  el  “parte” (que era como se llamaba al informativo durante la contienda nacional y que muchos de  los que ya tenemos cierta edad  es como seguimos llamando al telediario),  las primeras copas de Europa del Real Madrid o  el consultorio de Elena Francis que aunque empezó dando  consejos de todo tipo (belleza, cocina, salud, jardinería)  con el paso del tiempo se convirtió  en consultorio sentimental donde los españolitos de a pié compartían sin gran rubor problemas que hasta hacía poco solo hubieran dicho bajo secreto de confesionario.

Pero luego vino la televisión, y más tarde internet y los medios de comunicación de masas  ampliaron extraordinariamente el número de canales a través de los que  recibimos información del mundo exterior cuando la mayor parte de mi vida  estos canales se habían restringido a  la iglesia, la escuela y el ayuntamiento. Pero si aquello era a todas luces insuficiente y arbitrario lo de ahora resulta excesivo e inabarcable. Desbordado por el   torrente de información que nos llega hoy en día y hastiado de las malas noticias que nos cuentan, empiezo a leer  el periódico por la parte  de atrás y  pongo muy poca atención a las primeras páginas, donde vienen las noticias de ámbito nacional e internacional,  que  cada vez me interesan menos (quizá porque a mi edad  se resigna uno a que ya no puede hacer nada para cambiar el mundo). Ya sólo me importa lo que pasa en  mi pueblo y  echo de menos los pregones del Tio Boni,  por eso  sólo  pongo verdadero interés cuando leo  el “Aguasal”, pues esta revista es  para mi como un de pregón de papel, como un bando con fotografías que me habla de lo siento verdaderamente mío,  y cuando releo algún número antiguo me doy cuenta de que se ha convertido también en un libro de Historia.
 

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