jueves, 7 de abril de 2016

NOCHE VIEJA EN EL BAR DE FRUTOS




La última noche de 1987 tomé las doce uvas antes de terminaran las campanadas. No lo hice por que trajera suerte, ni tampoco por tradición,  las comí rápido porque estaba deseando salir a la calle.  La Nochevieja era una ventana a la ilusión, era una promesa de risas y besos , era una noche donde todo era posible.
La gente salía a las calles y se dirigía en masa a celebra el Año Nuevo al Puri, al Toro o a la discoteca, pero la Peña Iceberg, a contracorriente,  habíamos quedado en el bar de Frutos. Era un bar típico  de pueblo donde convivían dos generaciones distintas: por un lado los parroquianos habituales, abueletes y jubilados que jugaban eternamente a las cartas y por otro  chavales jóvenes que iba exclusivamente a jugar al ping-pong o al futbolín. Por las noches apenas tenía clientela, pero nosotros lo habíamos convertido en nuestros cuarteles de invierno, donde tomábamos siempre la primera copa.
Cuando entramos en el bar había solo tres personas: Frutos, detrás de la barra,  y al otro lado Eulalio , su padre, y Tío Matías , un viejete de  boina gastada y mirada añeja que siempre estaba allí y que parecía formar parte de la decoración. Se alegraron mucho al vernos, y nos felicitamos el año con grandes abrazos y palmadas en la espalda. A la copa de coñac de Tío Matias, que campeaba solitaria sobre el mostrador, se unieron pronto   dos ponches , 3 medios de ginebra , un vodka con naranja y una Cocacola sola  (Jesús era el único de la peña que no bebía alcohol, le bastaba con su inteligencia para sortear la realidad).
Animado por el entusiasmo con que habíamos entrado, Eulalio, acompañado por una botella de anís, comenzó a cantar villancicos  y canciones antiguas que  enseguida coreamos:” Estaba el hombre en su lugar, vino la mujer y le hizo mal. La mujer al hombre, el hombre al fuego, el fuego al palo, el palo al perro…”
Estaba la tele puesta, entonces no había otro canal que “La 1” y si en Nochebuena, a las 12 de la noche, todo el mundo estaba ante el altar en la misa del gallo, en Nochevieja , a la misma hora,  todos los españoles estaban ante el televisor viendo el mismo programa especial de fin de año. No  estábamos prestando atención pero cuando  salió a  actuar Sabrina, una italiana espectacular y voluptuosa, sex simbol de la época, todos en el bar nos  callamos como por encanto y nos acercamos  a la pantalla. Si el flautista de Hamelin podía conducir a los niños a donde quisiera con el sonido de su flauta  ella nos podía llevar al fin del mundo con el canalillo de su escote.
Vestía unos pantalones vaqueros cortísimos y ajustados, una chupa de cuero negro  tipo torera y un body blanco que realzaba generosamente su busto. Cuando empezó a bailar, los pechos se le salían   y tenía que  taparse  constantemente, labor que resultaba imposible. En medio de ese bamboleo tan sugerente Tio Matias gritó: “¡Que se quite la sariana!”. Nos empezamos a tronchar de risa pues nos hizo gracia la expresión y  además compartíamos el mismo deseo.
 Como no podía ser de otro modo  por fin se le salió un pezón. Cuando le vi pensé que era redondo y sonrosado como un sol de invierno, Tío Matias, más prosaico pero más certero dijo: “Tiene unos pezones como los faros del camión de Tío Uve” y decía la verdad, eran  grandes y luminosos como una luna de verano. Cuando terminó su actuación volvimos a la barra y durante unos segundos permanecimos callados, había pasado un ángel ( de Victoria´s Secret). Tuvimos que volver a empezar la canción: “Estaba la mosca en su lugar, vino la araña y le hizo mal…”
Eran ya las 2 de la madrugada, nos habíamos alargado más de lo esperado, y aunque lo estábamos pasando bien teníamos que irnos, habíamos quedado con nuestras amigas. Las habíamos convencido de que ese año había que empezarlo de un modo diferente: nos daríamos un beso en la boca para felicitarnos el año. Habíamos argumentando que era lo moderno, lo europeo. Acabábamos de entrar en la CEE y  mi primo Josemi , que había estado en Amsterdam , me contó que las holandesas le daban un “pico” en los labios cuando le saludaban . Queríamos también derribar esa frontera.
Estábamos poniendo los abrigos y despidiéndonos de Frutos cuando se abrieron las puertas metálicas de par en par, haciendo gran estruendo al golpear contra la pared. Eran  nuestras amigas que, cansadas de esperar, venían a buscarnos. Estaban guapísimas, peinadas y maquilladas con esmero y con unas faldas demasiado cortas para ser invierno aunque todavía largas para nuestro deseo. Se dirigieron hacia nosotros  con  sonrisa pícara  y ojos brillantes y nos empezaron a saludar con un beso en la boca. Sus labios me supieron tan dulces  como el ponche que estaba tomando.

 Salimos del bar abrazados a ellas, riendo, cantando,  pensando que la noche era larga. Tío Matias, nos miraba con incredulidad y admiración, pensando que la vida era corta o que, quizá, había nacido demasiado pronto.