lunes, 8 de julio de 2013

Hacer peña


 




Allá por los años 70 yo era un crío con pantalones cortos que aún no sabía lo que quería ser. Sin embargo era el momento de tomar algunas decisiones fundamentales de esas que te van a marcar luego toda la vida: ser del Real Madrid o del Atlético, preferir las rubias o las morenas y estar en la  barra o en la  pista cuando vas a la verbena. Pues bien, aún no tenía  vocación   ni un gusto definido  por casi nada  pero ya tenía clara una cosa: quería hacer Peña. Esta  inclinación tan marcada es común en todas las generaciones de muchachos de Bayuela y sirve como  rito de iniciación a la vida, como aquellos nativos de las  tribus africanas que tienen que matar un león para pasar de la pubertad al estado adulto. Todos hemos jugado de niños a hacer “Peña” en la propia casa de alguno, con 4 banderines,  unas cuantas botellas de “Casera Cola “ compartiendo espacio con la leche en la nevera y  la obligatoriedad de que estén todos los miembros presentes para abrir una de ellas y repartirla en partes iguales.

 
Recuerdo que enfrente de mi casa había una y  yo me quedaba ensimismado mirando todo lo que había dentro: los posters de mujeres desnudas, las paredes pintadas con corazones  a los que le faltaba algún nombre (quizá por ser un amor pasajero o por que se había caído el “calucho”) y sobre todo aquella habitación oscura en que se adivinaba un camastro y que para mi imaginación infantil era un mundo por descubrir ,  un compendio de lo anhelado y lo temido, de lo deseado y lo prohibido, un espacio lejano que me hizo sentir por primera vez “el lado oscuro de la fuerza”.
 

Entonces había tan sólo un puñado de peñas,  “la Alegría”, “los halcones”, ”los X”, “ los vampiros”, “el Quedi”. Eran los tiempos heroicos, la prehistoria de las peñas,  tiempos en los que sólo se bebía ginebra (el whisky era un bebida exótica que sólo se pedía en las películas del oeste), las coca colas eran pequeñas y en botella de cristal  (que tirando la mitad servía de recipiente para hacerse un “medio”) y las chicas no hacían Peña ( de hecho se hacían las Peñas para que fueran las chicas).

 

 
Ahora que la “Peña Iceberg”, a la cual pertenezco, cumple 25 años, echo la vista atrás y veo cómo han cambiado las cosas: entonces se enfriaba la bebida con barras de hielo,  en arcones oxidados o en bidones partidos (que el resto del año era donde comían las vacas), las chicas no bebían alcohol, (¡Cómo han cambiado los cuentos!) y los discos que más se escuchaban eran de música lenta (era la única oportunidad  de tener a una chica entre tus brazos sin tener que irte hasta el canto de “Tío Matías”).

 Era 1981 y coincidió con la inauguración del Pub del Toro, en el cartel de la puerta todavía se puede ver esta  efeméride, y cuando lo pusieron yo me reía porque una fecha tan “moderna” no pegaba con un letrero que imitaba al de una fonda antigua. Ahora seguro que algún adolescente mal informado piensa que ese era el estilo propio de la época; no le culpo, a veces yo también me siento como un vestigio del pasado. Pero si ya no estamos de moda y muchas chicas ya no nos conocen, y  peor aún, otras ya nos han olvidado, siempre  quedará el recuerdo  de  antiguas  Peñas que hicimos ( en Navahonda, en la Botíca, en el Cerrillo...) con las letras desgastadas de nuestro nombre en la puerta, con el rojo ajado en sus paredes como el rastro de un beso en el cuello de la camisa.

 

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