martes, 4 de junio de 2013

CAPÍTULO XI “Manuel”


 
 

                En la hora del recreo maquinaba la forma de volver a verla. Podría haber escalado fácilmente la valla de ladrillos, pues cada vez que se nos colaba un balón ,cuando jugábamos después de las clases, solía hacerlo con gran facilidad, pero ahora D. Amadeo merodeaba por el patio y nos tenía totalmente prohibido  perturbar  la paz del lado femenino, como si para nosotros fuera  la cara oculta de la luna . Sin embargo cuando era más pequeño, en los primeros cursos, si te portabas mal, ¡Qué ironía!, te castigaban al recreo de las chicas. Para algunos compañeros esto suponía un verdadero tormento,  volvían con la cabeza agachada y la mirada huidiza, algunos avergonzados por lo que suponían una degradación, otros lunáticos, como si vinieran de otro planeta. Nada de esto se identificaba conmigo; las veces que fui "deportado" me pareció una experiencia reveladora, la armonía lo presidía todo: los cantos rítmicos que guardaban una perfecta proporción entre el tiempo de un movimiento de la comba y el siguiente, el vuelo de la cuerda envolviendo sus cuerpos como una burbuja, la amplitud de sus faldas al saltar descubriéndome sensaciones desconocidas.
 

      Permanecía embebido en estas cavilaciones cuando me devolvió a la realidad la voz de mi amigo  Manuel: ¡Eh Juan! ¡Juan! ¡Venga vamos! ¡Tenemos partido!.

      Pero yo no me encontraba con ganas, y ni tan siquiera le respondí.

                - ¡Juan! ¿No me oyes? ¡Que tenemos partido!

      Y decía esto extrañado de que no reaccionara, como si fuera inapelable que ante un partido de fútbol no hubiera nada más importante de que ocuparse,  de hecho yo era de esa misma opinión, pero en ese momento no podía pensar en otra cosa y le dije:

                - Juega tu, a mi no me apetece.

                - Vamos, ¿Qué te pasa que estás tan mustio?, cuéntame.

      Y diciendo esto pegó un extraordinario boleón a la pelota que llevaba entre las manos, con un desdén  que demostraba a los que le esperaban que no contaran con él (y a mí que, a veces ,hay cosas más importantes que un partido de fútbol).

 
                Manuel tenía trece años, uno más que yo,  lo suficiente a esa edad para que  mediara entre ambos una gran diferencia. Me sacaba algo más de un palmo, sus mejillas se ensombrecían por una incipiente pelusilla y se podía observar una  clara protuberancia en su garganta  lo que coincidió en el tiempo con una tonalidad más grave en su voz, a veces interferida por una nota falsa y aguda que  producía gran regocijo en mi y no pequeño enfado en él. Se habían producido también, según me confesó un día, otros cambios  no tan  visibles y cuyo conocimiento me produjo zozobra y cierta ansiedad ante el futuro inminente y apasionante que me esperaba.

 
                 Nos hicimos amigos cinco años atrás, lo que a nuestra edad era toda una vida, cuando llegó a mi clase como repetidor ,a principio de curso . No es que fuera holgazán o  mal estudiante, más al contrario poseía una  inteligencia despierta y una capacidad asombrosa para acometer con éxito cualquier tarea que se propusiese, pero se había ausentado durante la mayor parte de aquel curso  y decidieron que debía volver a empezarlo. Su padre, que era pastor, consideró que  tenía ya la edad necesaria para  aprender a cuidar las ovejas ( al menos él  había empezado con sus mismos años)y  así podría ayudarle, cuando fuera menester, con las más de doscientas cabezas que tenía a su cargo.                                                                                                                                                                        

 
                No es que su padre no deseara lo mejor para él, al contrario ,Manuel era lo más importante en su vida, más aún , la única cosa que tenía, por ello quería prepararle para la vida, darle un oficio por si algo le ocurriera .Su madre les había abandonado siendo él muy pequeño, según dicen marchó a Madrid con un funcionario de abastos que, años atrás, había estado encargado de la administración  y vigilancia de los silos de Bayuela y del resto de la sierra de San Vicente. Al parecer ella, que había nacido y vivido en Madrid toda su vida, tenía familia en el pueblo, y en una de sus visitas a estos parientes, con motivo de las fiestas patronales, conoció a Felipe, el padre de Manuel. Era un hombre robusto y de constitución vigorosa, pero no exento de cierto porte, pese a estar gran parte del tiempo entre ganado, se mostraba muy educado en el trato personal y además era un bailarín aceptable, y así fue que se enamoraron y al poco tiempo se anunciaron los esponsales. Pero, muy pronto, la poesía de la vida campestre y el ambiente bucólico que ella creyó encontrar a su lado se esfumó, y entonces se sintió asfixiada, sola en casa la mayor parte del tiempo, alejada de las novedades y el bullicio de la capital.

 
                De este modo, Manuel, creció en un ambiente espartano, valiéndoselas por sí mismo desde muy pronto, haciendo las tareas del hogar y ayudando a su padre en lo que podía, con una camaradería que yo envidiaba. Acostumbrado a vivir sin la presencia de mujeres, consideraba su sensibilidad y ternura como debilidad, y sentía un rechazo visceral hacia ellas que, sin duda, había heredado de su padre, aunque  ellos nunca hablaban del tema. Por eso yo no le conté que me pasaba, no quería demostrarle mi flaqueza de ánimo ante el afecto y los sentimientos y mucho menos si estos eran debidos a un miembro del sexo femenino.  Así que le dije:

-  "Nada, no me pasa nada, solamente que estoy harto de tener que estar todo el día en la escuela". Lo cual tampoco era mentira.

- "Yo también estoy harto, pero no tendré que aguantar mucho, mi padre me ha prometido que, cuando cumpla dieciséis, me dejará ir a trabajar a Argentina. Un tío mío tiene un almacén  de herramientas  en Mar del Plata y, según dice en sus cartas, el negocio va en aumento y hay grandes oportunidades de ganar dinero. Se están levantando numerosas haciendas, llegan inmigrantes de todas partes.".

- " Y ¿No te dará pena dejar España?, ¿No vas a echar de menos salir con tu padre a cazar conejos? ".                                                

-" ¡Qué va! todo lo contrario, aquí sólo hay caza menor, allí ,según afirma mi tío, se puede cazar desde un jaguar a un puma, pero también chinchillas, zorros y nutrias".  Y diciendo esto se sonreía, porque él sabía que  no me refería a eso, y así estuvo en silencio unos segundos y , ya en serio, dijo:

- "Mira Juan, yo quiero que algún día nadie tenga que mandarme, que la tierra en que pise  y los animales que en ella pasten  me pertenezcan también. No quiero que me ocurra como a mi padre que pasa el año entero cuidando de las ovejas del señorito, guardándolas del peligro de lobos y furtivos para que, luego, este llegue a principios de Junio, con una cuadrilla de esquiladores,  y se lleve la lana como si estuviera allí milagrosamente, ignorando a mi padre, como si el no hubiera  tenido nada que ver con todo aquello”.
 

                Siempre me admiraba  la decisión que demostraba  Manuel, pero en esta ocasión sobrepasaba toda mi capacidad de asombro, nada más y nada menos que cruzar el océano hacia otro mundo . Yo ,que sentía verdadera excitación cuando iba Talavera con mi padre, al mercado de ganado, feliz entre el barullo de gentes y el rumor de sus voces que se confundían en una especie de letanía del trapicheo, extasiado ante los anaqueles repletos de las tiendas y comercios de la calle San Francisco. Por no hablar de Madrid, donde no estuve hasta algún año más tarde, y que en mi imaginación se elevaba como una nueva Babilonia, un edén de la modernidad y el porvenir, donde crecía el árbol  del bien y del mal,  (según oíamos en la radio  allí  se encontraba  lo que de mejor y peor hay en el hombre: las ceremonias más solemnes y los asesinatos más atroces).  Ahora produce sonrojo pensar en que los apenas cien kilómetros que la separan de Bayuela ,cubiertos en la actualidad en poco más de una hora, eran entonces una especie de viaje en el tiempo, un salto en la historia que llevaba  desde una economía rural, casi del neolítico, a una civilización urbana que vivía, aunque con retraso, su incorporación a la revolución industrial.

 
- "Y entonces, ¿No volveremos a vernos?". Le pregunté.

- "¡Cómo que no! , esta misma tarde . Me tienes que acompañar y nada más y nada menos que al hotel, tenemos  que ir a ayudar a mi padre”

- "¡Vale ya!, siempre te tomas a broma lo que te digo"

- "No hombre Juan, no te enfades, claro que volveremos a vernos. En cuanto haya ganado el suficiente dinero  volveré, y tu me ayudarás a hacer todo lo que tengo pensado. Bueno dejémoslo ya, y ahora ¿Vendrás conmigo esta tarde sí o no?, siempre has querido ver por dentro el hotel."

- “Sí, iré, iré”.

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