martes, 4 de junio de 2013

CAPÍTULO XIV “Tierra”




“Tierra” era una perra canela y sola que  se encontró mi padre un día  en la carretera de Cardiel. Era pequeña y algo feúcha pero tenía una mirada tan dulce y profunda que le hacía parecer humana. Debía llevar varios días perdidas pues estaba delgada y sucia, posiblemente se despistó de su antiguo dueño   o, quizá, algún cazador desalmado  la había abandonado porque no cazaba como antes.


Desde el principio  supo granjearse el cariño de todos, sobre todo el de mi madre que desde que la vio, tan  triste y necesitada, le ganó el corazón y convenció a mi padre para que la dejara en  casa. Del mismo modo  “Tierra” mostró también hacia mi madre toda su predilección y siempre estaba a su lado, con el agradecimiento de un naufrago rescatado  por un barco, con  la fidelidad de   un cautivo liberado por los mercedarios, y es que,  además, ambas se parecían mucho , las dos  eran sabias y buenas.
 

Si en casa “Tierra” era la sombra de mi madre, pues la seguía a todas partes y la escoltaba inalterable  mientras vigilaba el puchero en la lumbre o colgaba la ropa en el patio, en la calle “Tierra” era mi camarada inquebrantable, mi compañera de juegos y paseos... mía y  de cualquiera que tuviera la intención de salir a dar un paseo,  y así,  cuando mi hermano cogía las lecheras para llevar la leche a Don Claudio, el farmaceútico , o la pequeña Lucía se peinaba antes de salir a jugar a la plazuela, ella ponía las orejas listas y movía el rabillo como si fuera una hélice, como si de la alegría en cualquier instante se pudiera echar a volar  (podría asegurar que alguna vez  llegó a  despegar un palmo del suelo).
 

Resulta curioso que con lo que le gustaba corretear por las calles  y husmear por el campo, sólo lo hiciera cuando iba con uno de nosotros y nunca en solitario, como si necesitara de un cómplice que admirara sus piruetas y riera sus gracias, o quizás, porque temiera que si un día salía sola no encontrara a nadie al volver y de nuevo se convirtiera en una perra abandonada y sola.
 

Dicen que los gatos, al observar como su amo les mima,  cuida y alimenta piensan: “Debo ser un Dios, pues tan bien me tratan”, mientras que los perros al tener esas mismas atenciones piensan : “Mi amo debe ser un Dios, pues todo se lo debo a su providencia”. Sólo quién ha tenido  un perro puede comprender en toda su extensión esta verdad. Basta una mirada, un gesto,  para que conozcan tu estado de ánimo, para que solícitos atiendan tus deseos, haciéndote sentir  tan necesario, tan importante,  como nunca una persona lo puede lograr. Si los ángeles de la guarda  tuvieran que reencarnarse en algún ser de la creación seguro que lo harían en perro.

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