lunes, 6 de mayo de 2013

CAPÍTULO X “El amor”


 

            El amor a través de la vida imita el curso de un río. En su inicio es impetuoso y alegre, corre lujurioso buscando los relieves y se muestra obstinado y tumultuoso ante los obstáculos haciéndose daño. Pero al llegar a su fin es manso y sabio, con la complacencia de los muchos recuerdos. Ya no hay cascadas surgentes ni saltos espontáneos, pero su fuerza es desbordante, con el caudal ingente de la memoria y el esfuerzo. Sin embargo no puedo dejar de añorar los días en que mi cuerpo era un torrente que horadaba las superficies más jóvenes y bellas.

        Tenía unos 12 años cuando me encontré de lleno con ese flujo sin forma ni aspecto, abundante pero inasible, mas terriblemente necesario para la vida. Desde muy pequeñito ya sospechaba que las mujeres poseían una naturaleza distinta a cualquier otra  cosa que conociera. Cuando estudiábamos en la escuela historia sagrada siempre me apasionó el relato de la creación del hombre que nos hacía Don Cristóbal: "Como corona de la creación, Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza destinándole a una felicidad eterna. Formó primero un cuerpo hermosísimo, y después, con su soplo divino le infundió un alma racional. Al primer hombre, que llamó Adán, le dio una compañera, sacándola, con razón altísima, de su costado, y la presentó a Adán que la llamo Eva". Me preguntaba cual sería esa razón altísima, más tarde comprendí.

                  En la infancia la relación con el otro sexo es contradictoria. El trato es de ignorancia, a veces incluso de desprecio, sobre todo por parte de los niños. ¿Quién no ha pegado a una chica sintiendo esa oculta satisfacción que da la razón de la fuerza y no la fuerza de la razón?. Así ocurre que la mujer tiene que adaptarse al mundo que le impone el hombre, y se hace reflexiva y aprende de sus errores, mientras que al hombre sólo le queda vencer o perecer, por eso es muy vulnerable. La mujer se hace una especialista en la guerra de guerrillas, ataca los flancos más débiles y retrocede, y así cuando el hombre llega a la madurez no es más que un gigante con pies de barro. Pero al mismo tiempo se produce en el niño una inexplicable curiosidad por el otro sexo que a veces puede llegar a la admiración. De una manera especial, y por varias razones, queda grabada en la mente infantil el día de la primera comunión. Yo siempre recordaré la sensación de contraste entre los niños con sus trajes ornados de inmerecidas condecoraciones y con un aspecto carnavalesco y un tanto ridículo, y la apariencia angelical y deliciosa de las niñas con sus trajes inmaculados y espirituales, llevando con gracia el vuelo de sus vestidos, mientras que los niños andábamos almidonados y hieráticos, soportando con muy poca resignación cristiana los zapatos nuevos que nos mordían con un insaciable apetito los dedos de los pies.







                Como decía, tenía 12 años cuando me fue confiado el secreto de la vida, el enigma de la fuerza interna del universo. Si el sexo nos iguala a los animales, el amor nos confunde a los dioses. Es el amor la verdadera esencia del hombre, la cualidad excluyente que nos distingue del resto de la creación y no la razón.
 
             Aquella chica tendría aproximadamente mi edad, unos ojos terriblemente verdes y una sonrisa destructora. No puedo explicar porqué pero sentí una angustiosa sensación de peligro. Un sabor acre y ardiente se me atragantaba, un gusto desconocido me inundaba la boca. Fue a la entrada del colegio, formábamos cola en la puerta del patio, y yo ,como en otras muchas ocasiones, estaba en los primeros puestos (raro honor pero deseado entonces por todos los niños de mi edad). Venía acompañada del director y de su padre, que llamaba la atención por su atuendo, sobre todo por el sombrero de jipijapa de ala ancha y un bastón negro con la punta metálica y en el mango la cabeza de un lobo.

D. Amadeo  guiaba a sus visitantes, entre el laberinto de chicos, exhibiendo en sus gestos gran  cortesía y  amabilidad ,lo cual resultaba verdaderamente llamativo, pues acostumbraba a mostrar entre los que le rodeaban, cuando menos, una actitud displicente. Esto me hizo pensar que el personaje al que abría camino era de relevancia, pues la única vez que le había visto así fue cuando  visitó nuestra escuela el gobernador civil de Toledo, el año anterior. Al pasar pude oír lo que decían:

      -“ Puede usted estar tranquilo, D. Javier, de que su hija recibirá aquí la formación más adecuada para una señorita.”

      - “Confío en ello”. Contestó el caballero, aunque en la  manera de decirlo no se adivinaban grandes esperanzas.
 
El grupo encabezado por D. Amado entró en las escuelas ,demorándose la entrada a clase casi veinte minutos, lo que sin duda era todo un acontecimiento, si tenemos en cuenta la importancia que daba siempre a la puntualidad  , pues esperaba a los más retrasados bajo el dintel de la entrada propinándoles severos capones como bienvenida. Luego salieron solos los dos adultos y D. Amadeo despidió efusivamente a su acompañante, deshaciéndose en parabienes.
 
                 El episodio había dejado intrigados a todos los muchachos, que hacían cábalas sobre la identidad de aquel caballero desconocido, pero yo no pude dejar de pensar  en la chica que le acompañaba. Su pelo era de color castaño, con ciertos destellos caobas, lucía una media melena que peinaba con suaves ondulaciones  que caían, con indefinible gracia, sobre los hombros. Los brazos estaban bien contorneados y los entrelazaba por detrás en una pose a medio camino entre la despreocupación y la coquetería. No era muy alta, pero la proporción de sus miembros ,así como la finura y distinción de su porte, la destacaban del resto de las niñas de su edad ,como Gulliver en el país de Liliput.

 

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