sábado, 14 de septiembre de 2013

EL DÍA QUE MANUEL CONOCIÓ EL MAR"


El día que Manuel conoció por primera vez el mar le pareció una mierda.

Tenía 8 años y apenas había salido del pueblo, aunque esto a él no le preocupaba pues allí se sentía feliz. Su padre, sin embargo, pensó que ya era el momento de que su familia tuviera unas vacaciones de verdad y decidió llevarlos a la playa. Y así, un cálido día de Agosto, salieron de madrugada con el 850 azul cargado de maletas y el corazón de ilusiones.

Al llegar a la costa a Manuel le llamó la atención lo grande que era el mar pero le decepcionó su color ceniciento que nada tenía que ver con el azul radiante con que le pintaban en la escuela. Además le pareció tremendamente aburrido, no había árboles donde subirse, ni montañas donde esconderse, no había caminos ni ríos, no había nada, tan sólo arena y olas, y estas iban y venían con una monotonía que le recordaba el vaivén de la mecedora de su abuelo. También le desilusionó el hecho de no poder ver los animales marinos, pues en el pueblo jugaba con los perros y corría tras los gatos, pero allí no podía contemplar al bizarro pez espada haciendo esgrima con la espuma, ni al calamar gigante tocando varios instrumentos como un hombre-orquesta, ni al temible tiburón labrando con su aleta el océano.

Desencantado, se puso a caminar, cabizbajo, observando las huellas que dejaba la gente como puntos suspensivos sobre el renglón de la laya. De repente se chocó con una niña que corría en dirección contraria, ella tampoco le había visto pues tiraba entusiasmada de una cometa y miraba a lo alto. Cayeron ambos al suelo, y Sebastián, que estaba malhumorado, le iba a reprochar su acción cuando ella se echó a reír con todas sus ganas y entonces a Manuel, al ver sus ojos chispeantes y su risa encantadora, se le pasó el enfado de repente. Le ayudó a levantarse mientras ella se sacudía la arena del cuerpo con coquetería.

- Perdona, le dijo, no te vi.

- No pasa nada, yo tampoco iba atento, le contestó con algo de timidez.

- Cuando vuelo la cometa es que me olvido de todo. ¿Quieres probar? es muy divertido, ¡Venga inténtalo!

Manuel no estaba muy convencido, pero ante su insistencia cogió los dos hilos como ella le dijo y al momento, como si tuviera vida propia, la cometa se elevó rápidamente, surcando el cielo sin esfuerzo, con la sencillez de una nube, con la elegancia de una rapaz. Con su larga cola multicolor dibujaba garabatos en el cielo y le pareció que era la cometa quien le llevaba a él y no al revés. Sus brazos acompasaban sus movimientos por el cielo como si estuvieran bailando y la música era el viento. Durante unos minutos quedó absorto siguiendo el zigzag de la cometa como si esta fuera el péndulo de un hipnotizador y cuando salió de ese estado de trance le devolvió la cometa y con verdadero agradecimiento le dijo:


  • ¡Genial! ha sido genial.
  • Me alegro de que te haya gustado, me llamo María ¿Vienes conmigo?

No pudo decir que no (ningún hombre dice a una chica que no) y ella le tomó de la mano y le llevó a coger conchas por la playa, y aunque a él le parecían todas iguales, ella encontraba las más raras, con los brillos más vivos y las vetas más preciosas. Y a veces, entre todas ellas, encontraban un trozo de vidrio tallado por las olas y pulido por la sal y decía: ¡Mira! un diamante, si era un cristal transparente, o ¡Mira! una esmeralda si era el trozo de una botella de champan.

Al terminar el paseo el cubo de plástico estaba lleno de tesoros y Manuel tenía una sensación de bienestar y alegría que le sorprendió, y pensó, por primera vez, que quizá el mar tuviera su gracia. Este sentimiento fue efímero pues se escuchó una voz requisitoria que clamaba: ¡María! ¡Vamos!, Tenemos que irnos.

Ella encogió los hombros tiernamente e hizo un mohín de tristeza con la boca tras lo cual dijo: Me llaman mis padres, ya nos veremos, dio media vuelta y se marchó. Nunca más volvió a verla.

De vuelta al pueblo Manuel se acordaría muchas veces de ella, sin embargo nunca echó de menos el mar. Era lógico, su pueblo, en la sierra de san Vicente, era el lugar de España más alejado del mar, y Manuel era fruto de la montaña, un hijo del interior. Se crió entre pendientes y cuestas y lo rectilíneo le parecía aburrido, él no estaba hecho para la horizontalidad. Para Manuel pasado el Alberche todo le parecía playa y la Mancha era como el mismo mar.

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