sábado, 14 de septiembre de 2013

LA VERBENA


Desde bien pequeño me fascinaba la verbena, recuerdo que mis padres me llevaron a una que se celebraba enfrente de la Cooperativa. Estaba adornada con ruedas de carro antiguas y tenía un escenario de madera parecido a los "entablaos" que se ponían en las fiestas. Las luces de colores pestañeaban coquetas y la música clamorosa y vibrante me estremecía. Todo aquello me parecía un espectáculo maravilloso, como el "Circo Mundial" que ponían en la Plaza de las Ventas.

Siendo ya un chaval recuerdo la verbena que se celebraba en el Olivar. Me quedaba con mis amigos revoloteando alrededor de la puerta, como moscas en una taza de chocolate. Veíamos entrar a los mozos hablando a voces y fanfarroneando mientras las parejas salían con sigilo, susurrándose secretos al oído. A veces intentábamos colarnos ( una vez me llegaron a sacar de la oreja), pero otras Tío Fanegas se apiadaba de nosotros y nos dejaba pasar cuando llevábamos más de una hora dando por saco. Recuerdo haber visto allí a Los Pekes Brandis , que eran de Hinojosa, su cantante con pelo largo y barba recortada interpretó una canción de la ópera-rock Jesucristo Superstar con un verismo que me impresionó. Todavía hoy sigue tocando en las fiestas de los pueblos (los viejos rockeros nunca mueren), para mí es como el Mick Jagger de la sierra San Vicente.

Pero cuando pienso en la verbena pienso en la cancha polideportiva del CD Castillo, en ningún lugar he sido tan feliz en mi vida como en aquellos 1000 m. cuadrados. Durante la semana jugábamos allí a futbol y a tenis, utilizando como red improvisada una treintena de sillas oxidadas, y luego, sentados en la repisa de la puerta del matadero, hablábamos de chicas e imaginábamos cómo sería el futuro. Pero cuando aquel lugar se convertía verdaderamente en el paraíso de nuestra adolescencia era en las noches veraniegas de los sábados, cuando se celebraba la verbena. Allí crecían a la par, como en el jardín del edén, la alegría y la oportunidad, el amor y la revelación, y todo ello sobre una pradera de cemento que durante el día desgastaba nuestras zapatillas pero que por la noche florecía bajo nuestros pies.

Bailábamos con un entusiasmo y agitación como el de los indios cuando conjuran a la lluvia, aunque lo que nosotros deseábamos de verdad era que precipitaran nuestros sueños. Pero cuando el baile llegaba a su momento culminante era cuando tocaban las lentas. En aquellos tiempos aquella era una de las pocas oportunidades en que podías tener una chica entre tus brazos. Yo en esa cercanía sentía tanta emoción que temía que lo bombeos de mi corazón se transmitieran mediante mis manos a sus caderas, como si mis dedos fueran baquetas que redoblaran sobre su piel.

Un día, durante un descanso del baile, le pedí al cantante de Vieja Banda que tocara lentas, le expliqué que quería sacar a bailar a una chica. Ella acababa sus vacaciones ese día y se marchaba de regreso a Valencia a la mañana siguiente, no volvería verla hasta Navidad (y eso en la adolescencia era toda una vida) .

- El se sonrió y me preguntó "¿Cómo se llama esa chica tan afortunada?.

-María, le contesté algo ruborizado.

Para coger ánimos fui a la barra del bar a pedir un "medio". Como se habían quedado sin vasos limpios, el camarero vació la mitad de la botella de Pepsi en el fregadero rellenando el resto con ginebra. Luego me dirigí a la pista de tenis y me coloqué junto a la línea de dobles como el torero que espera en los tercios la salida del toro.

Cuando se reinició el baile, Ernesto, el cantante del grupo cogió el micrófono y dijo: "Dedicamos esta canción a María ,que se marcha mañana, de parte de un admirador que la echará mucho de menos".

En ese momento me quedé paralizado, no era mi intención mostrar tan a la luz mis sentimientos y me quedé azorado sin saber qué hacer. Si la sacaba a bailar sería evidente para todo el mundo que yo había hecho la petición pero si no lo hacía ella partiría sin saber mis sentimientos. Durante esos segundos de indecisión vi como Víctor Alcázar, uno de los guapos oficiales del pueblo, se dirigía hacia ella y la decía algo al oído. Ella se echó a reír y se dirigió con él a la pista de baile, se fundieron en un abrazo y ella apoyó la cabeza en su hombro en un signo indudable de complicidad. Sin duda alguna Víctor Alcázar se había apuntado el tanto de la canción y más tarde se apuntaría otra muesca en su revolver. Así es la vida, los ligones aprovechan la oportunidad en cuanto se les pone a tiro, mientras los tímidos escribimos poemas de amor.

Mientras el cantante de Vieja Banda silbaba "La muerte tenía un precio" yo sentía, ¡qué paradoja!, que la vida no valía nada. Aquella noche, cuando me metí en la cama, no podía dormir pues durante mucho tiempo seguía escuchando el zumbido de la música en mis oídos y el eco de la derrota en mi corazón.

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