lunes, 6 de mayo de 2013

CAPÍTULO VIII “El Batán”


 


 Desde esta mañana, un cielo gris se aplomaba sobre el cerro, amenazando tormenta. "Claro al Tajo, sierra oscura: lluvia segura", ¿En cuantas ocasiones este augurio se mostró acertadísimo a lo largo de la vida? ¿Porqué el refranero mostrará, tan a menudo, más ciencia que el satélite meteosat?, supongo que se debe al pálpito que de la naturaleza tiene la propia naturaleza (el hombre del campo es al fin materia del mundo, el hombre de la ciudad un extraterrestre).

       Qué poco interesa a los jóvenes la información del tiempo y la trascendencia que le damos los viejos, que permanecemos ajenos a las noticias del mundo como si ya no fueran con nosotros, y sin embargo hacemos callar a todos  cuando aparecen las isobaras .Mientras que el futuro para unos es una entelequia, para nosotros lo más que tenemos como porvenir es el día siguiente, por eso el hombre del tiempo se nos representa como un augur, un chamán, un arúspice que adivina el futuro.

      ¡Cómo han cambiado las cosas!, desde los tiempos en que el parte metereológico tenía la familiaridad de la tiza al dibujar las ondas que producían los anticiclones (como piedras tiradas sobre el estanque de la pizarra), a la producción apabullante y hollywoodiense actual que representa el devenir de los frentes fríos y las borrascas como la guerra de las galaxias. 

      Poco después de mediodía, el fuerte estampido producido por una descarga eléctrica fue el pistoletazo de salida de un descomunal aguacero, que fue derivando en una llovizna constante y monótona. Yo la miraba caer, anestesiado por su melodía dulce y repetitiva y por el calor del brasero (ombligo de la casa). Las manos de la lluvia redoblan sobre el tambor de los charcos y las gotas son saetas de cristal sobre el cristal de la ventana, jalbegando de pompas el umbral del suelo. La fragancia sincera y profunda de la tierra húmeda me parece que es el olor del mundo.   

      En otros tiempos la lluvia me entristecía y las nubes parecían arrastrar cadenas sobre la tierra. Mas ahora las creo caravanas festivas y esponjosas que salpican de confites las calles y puedo oí r la jácara de las rosas y la risa del agua.  El calor del picón conforta mi cuerpo y el humo del cigarrillo complace mi espíritu. Sé que no me conviene fumar, pero ¿Cómo ahuyentar los fantasmas del álbum de fotos si no es con el ritual silente de la boca sorbiendo el alma del tabaco?.

 Ahora recuerdo un día como este que, tras la escuela, me escape (una vez más) hasta el Batán, para ver los toros de Don Joaquín Asensio. Este había hecho una envidiable fortuna con el estraperlo  y había comprado una vacada y un semental del Conde de la Corte y quería compensar  con la nobleza de  sangre de los toros  el abolengo que él no poseía. Pese a los esfuerzos que hizo siempre por borrar su genealogía, le siguieron conociendo por el mote de su padre, “adobasillas”, ya que este se había ganado la vida arreglando sillas   y canastos por los pueblos.


A Don Joaquín le irritaban sobremanera los curiosos y husmeadores, como había demostrado con gran violencia a quienes, en alguna ocasión, habían osado traspasar los linderos de su finca y mi madre me había advertido  afanosamente de que no me acercase a sus tierras en el Batán. Pero los buenos consejos se olvidan pronto, y si el hombre tiene una gran capacidad para apartar de su memoria lo que no le es grato, un niño simplemente no tiene memoria.

      Con gran sigilo me acercaba a la pared, que excedía unos palmos mi estatura, me aupaba entre los resquicios de las piedras y asomaba la cabeza vacilante. En el acto todos los toros, novillos, erales y chotos se agrupaban marcialmente. Siempre realizaban los mismos pasos ,primero se alejaban atropelladamente, y luego se acercaban pausadamente, siguiendo al semental en una especie de coreografía aprendida. Después, siguiendo como un ritual, permanecían estáticos mirándome con la misma atención y curiosidad que yo les miraba. Pero aquel día tormentoso los animales estaban dentro de unas portaleras y yo no llegaba a distinguirlos bien. Sobre el tejado un fresno imponente extendía sus ramas que sobresalían del saledizo. Sin pensarlo dos veces gatee por sus ramas blancas y elásticas, intentando llegar a un lugar óptimo para contemplar los astados. Pero la madera resbaladiza hizo desasirme y caí en una monumental costalada, que fue amortiguada en parte por el lecho de barro y estiércol ablandado por el agua y hollado por las pezuñas.

      Aturdido por el golpe, aún estaba recorriendo mentalmente las partes de mi cuerpo que estaban dañadas, cuando de repente sonó un mugido profundo y furioso que retumbó sobre la voz del agua y los campos. Tumbado boca a bajo, tal como había caído, ladeé la cabeza ligeramente y pude ver a un toro que se dirigía hacia mí con un brillo dominador e inquiriente en sus ojos. Fuese por el trastazo fuese por el miedo, la realidad es que no me podía mover, como ocurre en las pesadillas, despertando luego con gran angustia, pero ahora, para mi pesar, estaba bien despierto y sólo me quedaba sepultarme en el lodo, con las manos sobre la cabeza, adoptando la postura defensiva aprendida a los toreros, para ofrecer el menor flanco posible. Se frenó el toro justo encima e incomprensiblemente no me atacó. Sentía su respiración fuerte sobre mi cuello, como si me estuviera olisqueando, luego giró a mi alrededor y ante mi asombro empezó a orinarme encima, con total desvergüenza y descuido de mi orgullo, para mayor afrenta de mi honra y salvación de mi culo. Estuvo merodeando un rato a mi lado, y luego se marchó con total desdén. 

      Una vez pasado mi gran sorpresa fui reaccionando y sobreponiéndome al estupor que me calaba más que la lluvia. Me levanté y fui retrocediendo muy lentamente, sin perder de vista la manada que se guarecía bajo el techado. Me pareció ver en las vacas un gesto de burla fina y disimulada pero no podría asegurarlo. Cuando me encontré al otro lado de la valla corrí como poseído hacia mi casa haciendo saltar los charcos al mismo tiempo que rezaba. No se debía al miedo sino a un desbordante sentimiento de alivio y agradecimiento a la vida. Por primera vez tuve la conciencia de lo sublime que puede ser la existencia al mismo tiempo que efímera y quebradiza.  No tuvo tanta suerte en el Batán “Bombita”, el maletilla.

 

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