lunes, 6 de mayo de 2013

CAPÍTULO IX “Bombita”



"Bombita" era un joven maletilla de atuendo desgastado pero  andar  garboso que se peinaba el flequillo a la verónica y cuyos ojos tenían forma de arco de herradura, como la puerta grande de las Ventas. Su sobrenombre no era un homenaje al famoso coletudo de finales de siglo Emilio Torres Reina "Bombita"(fundador de una importante dinastía de toreros y que tuvo una triunfal carrera hasta que un toro de Miura le mermó sus facultades), sino que se debía a que había perdido a sus padres por el estallido de uno de estos proyectiles, arrojado por un avión sin señales ni marcas que le identificaran, y que nadie supo nunca si atacaba o retrocedía. De este modo, el "Bombita", huerfano y desatendido, se decidió por el único camino que existía, al menos en España, de desamparar a la miseria y ganar el favor de los hombres y el amor de las mujeres: los toros. En otras épocas los desarraigados y desfavorecidos luchaban en las fronteras sarracenas por ganar el derecho de "presura", o hacían las Américas en busca de una encomienda. En nuestros tiempos, el mejor modo de burlar la rígida estratigrafía social y obtener la púrpura del reconocimiento es con el encarnado de la franela. En España no basta con adornarse de un solo don para ser objeto de culto. En esta tierra se exige más, se admira a los sacrificados y místicos, como los santos, o a los valerosos y artistas como los toreros. Quizá por ello nuestra gloria nacional es Cervantes, que fue animoso y arrojado en el Adriático, sacrificado en Argel, espiritual en las mazmorras sevillanas y lírico en la meseta, (un florilegio de las gracias que componen el espíritu de la nación).

      "Bombita" andaba aún los primeros pasos del particular "via crucis" de los toreros, que comienza en las capeas, sigue con las tientas, continúa con las novilladas y termina con las corridas, teniendo su particular Domingo de Gloria con la salida a hombros de una plaza de primera. Pero era invierno y la temporada de fiestas en los pueblos había acabado (¡Dios!, ¡Cómo anhelaba dar un capotazos!). La última había tenido lugar el uno de Octubre, en Cardiel de los Montes, en honor a la Virgen del Rosario. Se había corrido un novillo de muy buenas hechuras, berrendo en blanco y ligeramente corniveleto, le sacaron después de abrir plaza con un eral para los mozos de la localidad, que, después de tres o cuatro revolcones, había sofocado en gran medida  las ansias de los más atrevidos. De este modo, cuando el novillo salió a la improvisada plaza, formada por carros y maderos, el albero (también improvisado con arena del vecino arroyo Saucedoso) quedo limpio y solo. Entonces, el ruido confuso que hace la voz que habla al oído, llenó ese vacío recibiéndole. El animal acudió codicioso a los burladeros y "entablaos" donde se le mostraba algún trapo abanderado precavidamente por algún palo o caña. "Bombita" mordía la esclavina de su capote y supo lo que tenía que hacer. Extendió la capa , delicada, acariciando el suelo, citándole de largo. Los primeros embroques tuvo que retroceder unos pasos pues la embestida era incontrolada y salvaje. Su pecho restallaba con la música del timbal que suena a miedo y orgullo, y su frente rezumaba el jugo del temor y la gloria. Entonces quiso estirarse, enraizó los pies en la tierra frente a su rival, desoyendo las leyes del espacio y la cordura, el toro embistió precipitándole bruscamente contra las tablas, dejándole inconsciente, con la apostura de un muñeco de trapo. Providencialmente fue arrastrado por entre las ruedas de un carro, justo cuando su agresor enfilaba hacia su suerte, bramando fiero y arriscado, resuelto a la acometida.



      Tras unos momentos de desconcierto y temor contenido entre las gentes que le rodeaban, recuperó el conocimiento. Tenía una ceja partida, por donde fluía cuantiosa sangre, pero también la irresoluble decisión de volver a salir. Con el cuerpo golpeado y dolorido, pero con el suficiente arresto en las entrañas, se enroscó un pañuelo entorno a la cabeza y saltó de nuevo a la plaza. Los flecos de sangre apenas le dejaban ver por el ojo derecho, pero el percance había apaciguado su ritmo cardiaco y dado mayor cadencia a sus pensamientos, produciéndole el mismo efecto que el puyazo a un toro, ahormándole para la lidia. La morbidez de su aspecto y la debilidad de su paso, en contraste con el vigor de sus ojos, le hacían parecer un ángel caído. Se encontraba en una disposición desconocida antes, de una extremada sensibilidad y afectación, y así citó al toro, encontrándole con dos verónicas inimaginables y una media de remate que encogió el espíritu de los hombres e hizo llorar el alma de las mujeres.

      Se sentía a sí mismo como alejado en el tiempo, como protagonista de algo ya pasado (con el color dudoso y gris de los recuerdos). La muleta fue una bandera en sus manos, una bandera que rendía al enemigo antes de iniciar la lucha. El toro, adicto ya a su causa, como el público allí presente, no tenía voluntad y parecía querer desvelar algún enigma oculto en el estaquillador de la muleta, de lo fijo y profundo que la miraba. Mientras "Bombita" le hacía pasar alrededor ,con un toreo al natural de indefinible galanura y belleza, despertándole momentáneamente de su trance con algún pase del desprecio. La muleta era un ala que se deslizaba por el aire, majestuosa y libre. El toro era un satélite de su figura, una luna negra que le rodeaba por atracción de su ventura y suerte.

      Pero llegó el tiempo del fin y la herida, la edad de la meta y de la muerte, la suprema hora en que todo se acaba porque por eso ha existido. "Bombita" cuadró al toro en la suerte contraria, enarboló su estoque con la prestancia de un quijote y la nobleza del esgrima, miró por última vez al testigo sereno de su destino, marcó los momentos del asalto y crucificó el estoque en el lomo del animal (monte del olvido de su bravura).  El animal se hincó de manos al momento, como rindiendo un último acto de homenaje, la genuflexión del enemigo, después cayó desplomado por completo, con la tragedia de la sangre, con la épica de la bravura.

     Recordando aquella faena su corazón se inflamaba aún más que con el aguardiente ingerido. Apuró el último vaso y salió de la taberna en busca de su compañero de fatigas y amigo de la infancia (los únicos verdaderos amigos), conocido por el mote de "el sello", llamado así según unos por su perfil impasible y galante, según otros ,y haciendo un juego de palabras, por su afición a las cartas. Lo que en cualquier modo era cierto es que hacía abrir las comisuras de las bocas femeninas como la ganzúa del ladrón los quicios de las puertas.
 

      "Bombita" tiró unas piedrecillas golpeando diestramente el alféizar de la ventana de "el sello". Pasados unos instantes un candil hizo una señal a través del cristal y minutos después salía por la puerta del corral con una manta vieja escondida entre su chaqueta.

 
- Ya creí que no vendrías, te has retrasado.

- Perdona "sello", estuve echando un poco de rescoldo al estómago en la taberna, la noche está endemoniadamente fría,

- Podías haber traído una botella para el camino, siempre te sigo fielmente y sin obtener nada a cambio, parezco un sirviente con librea y tu un hidalgo arruinado.

- No te hagas el mártir, la última vez que te pedí que me acompañaras a una capea bien que te quedaste con la manceba de la tahona, arrullándola como un palomo a una tórtola, susurrándola cosas al oído con tu habla dulce y halagüeña. Apuesto a que te amasó buenas tortas. Así que ya lo sabes, si vienes es porque quieres.

      "El sello" no sentía una especial inclinación por el arte de cúchares, pero amaba la aventura y la pendencia, y además no quería dejar solo a su amigo.

- Vale, vale, pero estás seguro de que no está el mayoral, mira que ese tiene muy mala sangre y es el buen perro de su amo.

- Seguro, ya te dije que esta tarde salía hacia Talavera para llevar unas vacas viejas al matadero.

- Un día de estos nos van a pillar y nos van a dar más palos que a una estera.

- ¡"El sello" con canguelo!, lo que hay que ver, ¿No estarás enamorado o algo peor?.

- ¿Algo peor?.

- Sí, sí, no habrás dejado encinta a alguna de tus pollitas y sientes ahora la llamada paternal de la sangre.

      Y diciendo esto echó a reír estrepitosamente. "El sello" torció el gesto demostrando fastidio y un enfado demasiado exagerado y teatral y le respondió:

- ¡Cállate! ¡Pájaro de mal agüero!, ¿Cuándo te he fallado yo?

- Nunca, ya lo sé, de todos modos descuida, esta será la última vez que hagamos la luna.

- ¿Que ocurre te ha tocado la lotería? ¿Has encontrado apoderado y yo no me he enterado?.

- No, todavía no, pero en Marzo se va a dar una corrida de la oportunidad en la plaza de Vista Alegre, y durante una semana harán pruebas con vaquillas a los aspirantes. Escogerán a los seis mejores y los harán debutar de luces, y puedes jurar que yo estaré entre ellos. Y ahora dejémonos de palabras y vámonos, no tengas miedo.

       Pero "el sello" no temía por sí mismo, sino por él. Desde el prodigio del día de la Virgen del Rosario, había notado que la personalidad de su amigo había sufrido una profunda transformación, como un pasmo, estaba en un estado de afectación  y sensibilidad muy grande. A veces parecía quedarle en suspenso la razón y el discurso. Los toros se habían convertido para él en una irresoluble decisión, en una necesidad física como el respirar o el comer, más aún que el comer, pues pasaba varios periodos de abstinencia y ensoñación, toreando de salón, recibiendo las acometidas invisibles de toros imaginarios, concelebrando el ceremonial de las sombras. Además en invierno no salían faenas en el campo con que ganar algún jornal, y no había vuelto a trabajar desde la vendimia, por lo que su despensa estaba tan vacía como su estómago. "El sello" temía su debilidad física y su desposeimiento mental.

       Salieron en dirección a la finca tomando la carretera, pero cuando llegaron a "la media legua" bordearon el camino de la fuente  para evitar pasar delante de la quinta. Se acercaron a la propiedad de Don Joaquín con gran sigilo y excitación. Les quemaba el espíritu y la garganta al observar ocho toros imponentes que dormitaban sobre la hierba. Era una corrida que se había apartado del resto de la camada que pastaba en la dehesa. Seis de ellos tendrían el honor de ser estoqueados en un mano a mano protagonizado por Domingo Ortega y la más sublime figura del toreo de todos los tiempos: Manuel Rodriguez "Manolete". Los otros dos quedaban relegados al ostracismo de ser sobreros, en previsión de algún percance físico de sus hermanos o, por razones más deshonrosas para la ganadería, si demostraban una manifiesta falta de fuerza y trapío. 

      Sus cuernos brillaban con la luz pálida de la luna, con su misma forma creciente sobre la testuz de la noche. Esta visión les producía una indescriptible emoción, un arrobamiento que les hacía tiritar la carne e incluso los huesos. Pasada la primeras impresión, no quisieron retrasarse ni un segundo y condujeron uno de los toros, a punta de capote, hasta un claro, junto a unas encinas que servían a un tiempo para ocultarles del hombre y para guardarles de la fiera. Apenas le habían dado unos mantazos cuando una algarabía tremenda se oyó, estaba formada por ladridos y voces, aullidos y gritos amenazantes. Cuando quiso reaccionar "Bombita" ya no tuvo tiempo de saltar por la tapia donde se había descolgado su amigo, pues los demás toros, alertados por el ruido, le tapaban esa vía de escape. No le quedó más remedio que correr en la misma dirección en que venían sus perseguidores, para intentar alcanzar la verja de la puerta principal. Ya tenía una pierna al otro lado cuando sintió el frío fuego de un disparo en la rodilla. Se arrastró como pudo, envuelto en la oscuridad, hasta un pajar cercano, donde se sepultó entre las cañas secas de la cebada. Al amanecer fue encontrado sin sentido junto al pueblo, la rodilla le había quedado astillada por los perdigones y había perdido mucha sangre. La pierna se había gangrenado, el médico no pudo hacer nada para salvarla.

      Me contaron que le vieron vendiendo almohadillas en la plaza de toros de Toledo, su flequillo gracioso y particular se había hecho ralo y canoso, lucía una ostensible pata de palo.

 

     

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