viernes, 18 de octubre de 2019

PUEBLO



Laura tenía 13 años y vivía en Valencia. A primeros de Agosto su padre  le llevó a pasar una semana de vacaciones en Cardiel de los Montes, en casa de su tío Miguel. A ella no le sedujo mucho la idea, acostumbrada a las posibilidades que le ofrecía una gran ciudad, pensaba que se iba a morir de asco en un pueblo  pequeño y tan lejos del mar.
Al llegar  le presentaron a unos chicos de su edad que la recibieron con entusiasmo pero le llamó la atención  la buena acogida que tuvo también por  el resto del  pueblo .Ella en Valencia apenas  se saludaba con los vecinos y cuando coincidía con ellos en el ascensor se limitaba a compartir  un incómodo silencio, pero en Cardiel la gente  se interesaban por su vida, por sus aficiones  y más de un viejete le preguntaba: “ Hija mía, ¿tú de quién eres? “. Al ser un pueblo pequeño todo el mundo se conocía e interactuaba, independientemente de la edad o procedencia social. La gran ciudad era un conjunto de muchas unidades que vivían aisladas, Cardiel, sin embargo, era un conjunto de personas que vivían como una unidad.
Al día siguiente de su llegada fue con sus nuevos amigos en bicicleta de excursión al “Vao de San Benito”, paso natural del río Alberche. El arenal donde pusieron sus toallas no era la playa de la Malvarosa pero se estaba bastante bien y aunque no había olas para mecerse también era divertido dejarse llevar por la corriente. Frente a la monotonía del horizonte en el mar aquí se divisaba una ribera llena de  vegetación, con sauces y  chopos ribeteados con el trino de los pájaros y el destello azul de las libélulas. Estuvo ayudando a un chico llamado Manuel a construir una cabaña con troncos y ramas y al terminar se metió dentro con la satisfacción de haber hecho algo primitivo y auténtico. Cuando volvió a casa estaba agotada  y feliz.
Si en Cardiel había muchas cosas que hacer por el día también las noches  eran animadas. En Valencia  no la dejaban llegar más tarde de las 11 pero aquí se acostaba a las 2 o las 3 de la madrugada. El aire fresco que venía del arroyo Saucedoso daba  tregua al calor del verano y era cuando mejor se estaba, las plazas del ayuntamiento y  del Cerrillo estaba llenas de mayores y pequeños. En Cardiel no había peligro, todos se conocían y estaban pendientes los unos de los otros,  el único riesgo era que un niño   te chocara con la bici jugando a los encierros. Pero una noche de las que estuvo allí fue aún más especial, fue el día que se veían las Perseidas. Fue con sus nuevos amigos a observarlas, y nada más cruzar el puente del arroyo Laura se  quedó impresionada por la cantidad de astros que se podían ver y el fulgor con que brillaban, nunca había visto nada igual. Luego tumbados en la cuesta que va al Quinto, apoyando su cabeza en el pecho de Manuel, disfrutó del espectáculo. Las estrellas fugaces se desprendían del firmamento y parecían rasgar por un instante el lienzo azul del cielo, como gotas de luz que se deslizaban por el cristal de la noche
Así fueron transcurriendo los días y sin darse cuenta ya tenía que partir. Todos fueron a despedirla a la plaza del Cerrillo, su padre tenía aparcado allí  el coche y lo estaba cargando con maletas y bolsas. Cuando el Renault Megane del padre de Laura inició su marcha dirigiéndose a la carretera, Manuel  comenzó a pedalear a toda velocidad por el camino rojo siguiéndole en paralelo. Durante casi 200 metros fue a la misma altura que el coche de Laura y esta, al verlo, abrió la ventanilla y le tiró un beso.
Cuando pasó el cruce de la Atalaya dejó de ver a Manuel y también el campanario de la iglesia, y mientras  cruzaba el Alberche se le cayeron algunas lágrimas  que, sembradas en su corazón, crecerían más adelante como un árbol lleno  de  bellos recuerdos de Cardiel.

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