viernes, 18 de octubre de 2019

BICICLETAS


Cuando iba a cumplir  8 años le pedía mi Tía Florinda que me regalara una bicicleta, como todos los demás chicos de aquella época quería una  BH (Beístegui Hermanos, marca española). Cuando aquella mañana del 31 de Julio me levante y vi en el corral de mi casa la bici que me había traído, mi reacción no fue de alegría, más al contrario de cabreo y decepción:¡ la bici era de color azul celeste! Era una bici para chicas. Mi tía me explicó que a esas alturas del verano apenas quedaban bicis, (y eso que había ido a comprarla a “Mundial radio” en Talavera) y  era la única que tenían disponible,  si quería podía cambiarla pero tendría que  esperar una semana a que llegara una nueva remesa. Como las ganas de estrenarla eran mayores que las cuestiones estéticas, terminé aceptándola, aunque  un poco a regañadientes.

 Pasado un tiempo me alegré de habérmela quedado: no era tan chula  como la  Andrés Deza, que era blanca con las banderas del real Madrid a ambos lados de la rueda delantera, o la de Placi que tenía el manillar  tipo chopper y unos flecos de cuero colgando de los agarradores, pero tenía un color azul cielo que nadie más tenía en Bayuela y jamás volví a ver . además de diferente era útil, cuando estaba jugando con los chicos en la plaza y me tenía que ir a casa, la encontraba a la primera entre la más de una docena de bicicletas, todas iguales, que había recostadas en  los poyos del ayuntamiento.Con esa bici aprendí a montar, pero como Bayuela está llena de cuestas, tuve que hacerlo,  como muchos, en el campo de fútbol. Mi padre me llevaba agarrando el trasportín y  cuando pude dar las primeras pedaladas sólo, sentí la emoción que ha tenido el hombre a lo largo de la historia  cuando ha superado los límites de su  cuerpo y ha conseguido hazañas como volar.

Una vez, tenía roto el freno delantero y bajaba a gran velocidad, quise frenar pisando con las suelas de mi John Smith directamente sobre la cubierta pero cuando quise torcer en el cruce de Garciotún no pude y  salí recto volando, aterrizando sobre el barbecho, quedándome todo el cuerpo sembrada de arañazos.  Lo peor es que rompí un polo Lacoste blanco que llevaba puesto, que aunque ya estaba viejo y muy pasado, le tenía mucho cariño.

En torno a los 25 años me apunté a la moda de la “mountain bike” que iba perfecta a mi gusto: ir por  el campo y hacer el cabra.  Me compré una Bianchi, italiana.  Muchas veces me seguía Linda, la perrita de mi madre, y aunque en las cuestas abajo la perdía de vista luego en las cuestas arriba me cogía, aunque tenía las patas cortas, pues  su ritmo era incansable. Un día iba por el Cordel y cuando quise torcer para ir al Puente de los Pilones, se me atravesó, y por no pillarla frené en seco y me caí encima de la bici. Me clavé el manillar en el pecho y me  quedé sin aire,  pensé incluso que me había roto alguna costilla pues me salió un moratón considerable. Volví andando al pueblo porque me dolía mucho al respirar y Linda iba detrás  mí, a un metro de distancia, apesadumbrada, como si supiese que había sido por su culpa, y aunque yo la llamaba con dulzura, no quería acercarse.

He tenido otras bicis (las cosas cada vez duran menos) y ahora tengo una Scott, americana, con la que sigo saliendo de vez en cuando,  aunque cuando llego a una cuesta muy empinada, lo reconozco, me bajo y la llevo empujando, pero sin ningún complejo, pues cuando era chaval y alguna vez se me atravesaba subir  la cuesta del Real y me bajaba , me volvía a subir rápidamente si escuchaba venir un coche.
y
Y cuando sea viejo y mis fuerzas no consigan ya enderezar una bicicleta y ponerla en movimiento,  pedalearé sobre una bici estática en el salón de mi casa, sin peligro de accidentes pero esperando  la última de las heridas (la muerte es tan superior que te da toda una vida de ventaja) pero todavía cerraré los ojos, extenderé los brazos y creeré que soy joven y puedo volar

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