viernes, 18 de octubre de 2019

AGUA






El hombre siempre soñó con volar y aunque lo consiguió en parte, mediante artefactos como el globo o el   avión,  seguimos envidiando a los pájaros que pueden hacerlo a voluntad y  planean libres describiendo caprichosas geometrías por el cielo.   Pero ya que el hombre no puede volar de manera autónoma la sensación que más se le parece es  nadar. Cuando te tiras al agua ya estás volando, aunque sea solo  un segundo, y cuando te sumerges tu cuerpo ya no pesa y te deslizas suave o haciendo piruetas, como  las golondrinas que anidan bajo el tejado de la iglesia. He disfrutado mucho dentro del agua y  cuando era pequeño, mientras buceaba, tenía una sensación de ingravidez que me encantaba, e intentaba andar sobre el fondo de la piscina como si fuera un astronauta caminando sobre la luna.
Cuando era un niño no teníamos fácil bañarnos  en el pueblo, así que  íbamos a refrescarnos bajo el Puente Romano, donde apenas cubría hasta las rodillas (aunque a mi madre le daba miedo porque allí había muerto un niño ahogado hacía tiempo  )  o a la charca que quedaba junto al molino del arroyo Guadamora donde  a veces corría un hilillo de agua pero otras estaba  estancada. El verano se hacía caluroso, la tierra se cuarteaba como un pergamino y las chicharras parecían quejarse a coro con su canto febril.
Por eso la gran alternativa era el  río Alberche, pero en bici tardábamos  media hora en llegar y haciendo dedo, dependía de la suerte, pero el viaje merecía la pena.  Allí nos divertíamos enormemente, nadábamos contracorriente, moviendo los brazos alocadamente, haciendo un molinillo de gotas y espuma, o nos dejábamos llevar por la corriente como un águila suspendida en el aire mientras espera su presa. A veces, después de bañarnos, nos acercábamos a ver la piscina de la urbanización de  la “Atalaya”. A mí me parecía la más bonita del mundo, como las que salían en las películas americanas. Realmente eran dos, una para niños y otra para mayores , tenían forma ovalada, pero lo más chulo era que estaban conectadas por un pequeño túnel y se podía pasar de una a otra buceando. Era una piscina privada para los residentes en la urbanización, pero un día Isa, la hija del practicante, nos vio y nos invitó a pasar a mi amigo Jesús y a mí. Fue una experiencia increíble, sentía que vivía  el mayor de los lujos, con su agua transparente y sus azulejos  resplandecientes que parecían reflejar el cielo.
Hoy en día todos los pueblos  tienen  su piscina municipal y un montón de piscinas particulares, por lo que ya no nos    llama la atención, pero en mi niñez me habría parecido estar viviendo en el paraíso.  Sin embargo  ahora,  la piscina de la Atalaya está ya abandonada pero aún mantiene el recuerdo de la belleza que tuvo  entonces  como las ruinas de una monumento antiguo.

De adolescente, pasé un verano de campamento  en Piedralaves junto a “La Charca de la Nieta”, que era una piscina natural formada por  un muro de contención, un azud hecho por los molineros, que  retenía las frías aguas de la garganta de Nuño y formando un enorme embalse de agua con bastante profundidad . Era un lugar precioso, todo rodeado de pinos altísimos y unas  grandes piedras de granito desde donde nos tirábamos al agua. Una tarde que acabábamos de merendar tuve la ocurrencia de tirarme de cabeza desde una de las que mayor altura tenía, pues había unas chicas del pueblo tomando el sol a lado y no podía dejar pasar la ocasión de mostrar mi valentía. Di uno de mis mejores saltos pero nada más sumergirme empecé a sentir que me desvanecía, el agua venía muy fría de las fuentes de Gredos y el bocadillo de queso todavía  a medida que profundizaba mi cabeza se iba perdiendo, notaba que me  desvanecía y pero sentía temor sino una cálida sensación de sueño y 
Cuando sea viejo sé que me dolerán  las articulaciones y los músculos ya no  darán juego,  los movimientos serán cada vez más complicados  y el trayecto  que va desde la plazuela hasta  la Iglesia se convertirá en una peregrinación , en una expulsión al destierro . Entonces seguiré metiéndome en el agua  aún con más deseo porque allí me sentiré más joven , más ligero. Y el día que ya no pueda nadar, me meteré por última vez en el agua, en un río, en el mar , y dejaré que mi cuerpo se hunda hasta el fondo y, esperando la muerte como aquel día en la charca de la nieta. Si mi cuerpo nunca pudo surcar el cielo al menos mi alma podrá  por fin podrá batir sus alas libre y volar libre por el firmamento.






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