El hombre siempre soñó con volar y aunque lo consiguió en parte, mediante
artefactos como el globo o el
avión, seguimos envidiando a los
pájaros que pueden hacerlo a voluntad y
planean libres describiendo caprichosas geometrías por el cielo. Pero ya que el hombre no puede volar de
manera autónoma la sensación que más se le parece es nadar. Cuando te tiras al agua ya estás
volando, aunque sea solo un segundo, y
cuando te sumerges tu cuerpo ya no pesa y te deslizas suave o haciendo
piruetas, como las golondrinas que
anidan bajo el tejado de la iglesia. He disfrutado mucho dentro del agua y cuando era pequeño, mientras buceaba, tenía
una sensación de ingravidez que me encantaba, e intentaba andar sobre el fondo
de la piscina como si fuera un astronauta caminando sobre la luna.
Cuando era un niño no teníamos fácil bañarnos en el pueblo, así que íbamos a refrescarnos bajo el Puente Romano,
donde apenas cubría hasta las rodillas (aunque a mi madre le daba miedo porque
allí había muerto un niño ahogado hacía tiempo
) o a la charca que quedaba junto
al molino del arroyo Guadamora donde a
veces corría un hilillo de agua pero otras estaba estancada. El verano se hacía caluroso, la
tierra se cuarteaba como un pergamino y las chicharras parecían quejarse a coro
con su canto febril.
Por eso la gran alternativa era el
río Alberche, pero en bici tardábamos
media hora en llegar y haciendo dedo, dependía de la suerte, pero el
viaje merecía la pena. Allí nos
divertíamos enormemente, nadábamos contracorriente, moviendo los brazos
alocadamente, haciendo un molinillo de gotas y espuma, o nos dejábamos llevar
por la corriente como un águila suspendida en el aire mientras espera su presa.
A veces, después de bañarnos, nos acercábamos a ver la piscina de la
urbanización de la “Atalaya”. A mí me
parecía la más bonita del mundo, como las que salían en las películas
americanas. Realmente eran dos, una para niños y otra para mayores , tenían
forma ovalada, pero lo más chulo era que estaban conectadas por un pequeño
túnel y se podía pasar de una a otra buceando. Era una piscina privada para los
residentes en la urbanización, pero un día Isa, la hija del practicante, nos
vio y nos invitó a pasar a mi amigo Jesús y a mí. Fue una experiencia
increíble, sentía que vivía el mayor de
los lujos, con su agua transparente y sus azulejos resplandecientes que parecían reflejar el
cielo.
Hoy en día todos los pueblos
tienen su piscina municipal y un
montón de piscinas particulares, por lo que ya no nos llama la atención, pero en mi niñez me
habría parecido estar viviendo en el paraíso.
Sin embargo ahora, la piscina de la Atalaya está ya abandonada
pero aún mantiene el recuerdo de la belleza que tuvo entonces
como las ruinas de una monumento antiguo.
De adolescente, pasé un verano de campamento
en Piedralaves junto a “La Charca de la Nieta”, que era una piscina
natural formada por un muro de
contención, un azud hecho por los molineros, que retenía las frías aguas de la garganta de
Nuño y formando un enorme embalse de agua con bastante profundidad . Era un
lugar precioso, todo rodeado de pinos altísimos y unas grandes piedras de granito desde donde nos
tirábamos al agua. Una tarde que acabábamos de merendar tuve la ocurrencia de
tirarme de cabeza desde una de las que mayor altura tenía, pues había unas
chicas del pueblo tomando el sol a lado y no podía dejar pasar la ocasión de
mostrar mi valentía. Di uno de mis mejores saltos pero nada más sumergirme
empecé a sentir que me desvanecía, el agua venía muy fría de las fuentes de
Gredos y el bocadillo de queso todavía a
medida que profundizaba mi cabeza se iba perdiendo, notaba que me desvanecía y pero sentía temor sino una
cálida sensación de sueño y
Cuando sea viejo sé que me dolerán
las articulaciones y los músculos ya no
darán juego, los movimientos
serán cada vez más complicados y el
trayecto que va desde la plazuela
hasta la Iglesia se convertirá en una
peregrinación , en una expulsión al destierro . Entonces seguiré metiéndome en
el agua aún con más deseo porque allí me
sentiré más joven , más ligero. Y el día que ya no pueda nadar, me meteré por
última vez en el agua, en un río, en el mar , y dejaré que mi cuerpo se hunda
hasta el fondo y, esperando la muerte como aquel día en la charca de la nieta.
Si mi cuerpo nunca pudo surcar el cielo al menos mi alma podrá por fin podrá batir sus alas libre y volar libre
por el firmamento.
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