miércoles, 1 de mayo de 2024



capítulo 1 "PRIMER DÍA DE CLASE"

 Suena la alarma del reloj pero llevo   despierto bastante tiempo. Hace años que no necesito ponerla , cada vez duermo menos, pero su sonido fastidioso es como un himno en medio de  la batalla que  me recuerda que hay que levantarse y luchar. Hoy necesito especialmente ese impulso, porque hoy es el primer día de mi último curso. 

Soy profesor, en Julio cumplo 65 años y me jubilo. Se acabó. En otras ocasiones, el primer día de curso iba al aula con ilusión, con esperanzas, quería conectar con mis alumnos y sabía que la primera impresión era fundamental, como cuando tienes una cita a ciegas. Pero hoy eso ya me da igual.

Cuando empecé a dar clase cumplí uno de mis sueños,  desde pequeño quise  ser profesor. Otros niños querían ser futbolistas o policías, pero ellos nunca hablaron con Pirri o Cruiff, y mucho menos con Starsky y Hucht , que no existían. Yo necesitaba  un referente más cercano , mi modelo a seguir era Don Manuel. Si Jesús de Nazaret gustaba  rodearse de pobres y pecadores, pues a ellos debía salvar, Don Manuel siempre se acercaba a los  alumnos más rebeldes o con menos  aptitudes por la misma razón. Cuando empecé en esto quería ser como él, creí que  podía cambiar el mundo desde la tarima a través de mis  alumnos  . Ahora me conformo con que estén en silencio mientras   dura la clase y que ayuden a  poner la mesa cuando lleguen a casa.

Llego al Instituto y mi primera clase es con  2º de la ESO, 13 años, la peor edad, ni son niños ni son hombres( a veces dudo de que sean humanos)y no sabes como tratarlos.   Me siento encima de  la mesa, con los pies colgando,  para transmitir  imagen de  cercanía e informalidad. Me presento y les doy un discurso de bienvenida donde, más o menos, suelo decir siempre  lo mismo: “aquí no solo venís solo a aprender matemática o Historia, sino a aprender a ser mejores  personas, a  aprender a ser más  felices …” Entonces escucho una risa falsa que corta mi discurso.

Sentado al final de la clase, con la silla echada para atrás, hay un chaval vestido todo de negro, en la camiseta lleva estampada una calavera por cuyas cuencas salen serpientes amenazantes, toda una declaración de intenciones. Lleva gorra y está comiendo chicle, dos cosas que están prohibidas en el instituto pero que a mi personalmente me dan lo mismo, siempre he creído que es más importante centrarse en lo que hay dentro de los chicos que en lo que llevan por fuera. Además no voy a caer en el error del profesor novato de enfrentarme a él nada más empezar y crearme un enemigo para todo el curso. Entonces , con tranquilidad, le interpelo:

-“¿Cómo te llamas?“Me llamo Ray”, dice con desgana (en realidad se llama Rayana)

- ¿No estás de acuerdo con lo que digo? ¿Tu qué opinas sobre venir al instituto?”

-“ A mi no me interesa nada de lo que se hace aquí.  No es más que una fábrica de robots necesaria para que siga funcionando este asqueroso mundo en el que solo viven bien unos pocos.”

Me sorprende su respuesta, es nihilista pero tiene argumentación, “Quizás tengas razón, pero si quieres cambiar el sistema tendrás que conocer las reglas con las que se juega, tendrás que prepararte aún más que los que están arriba ,si  es que quieres vencerlos”

-“Es imposible hacer nada, esto siempre ha sido así” dice muy convencida

Me mantengo en silencio durante unos segundos, que sienta que estoy valorando su opinión y entonces le respondo: “La Historia nos enseña que no tiene porqué ser así. La revolución se tiene que hacer primero en la mente para luego poder llevarla a  la calle. Mira por ejemplo lo que ocurrió en la Revolución Francesa, aunque eran las clases bajas las que más sufrían la precariedad e injusticias del Antiguo Régimen, fueron los burgueses los que lo  transformaron, porque ellos estaban preparados, habían leído a los filósofos y sabían qué hacer, mientras  los campesinos, analfabetos, no veían más allá del surco que iba haciendo el arado . Los burgueses lograron quitar de la cúspide a la nobleza y se pusieron ellos en su lugar, pero el pueblo siguió estando abajo. ¿Sacas alguna conclusión de esto?”

La chica se quita la gorra y la deja en la mesa, no sé si es una señal de respeto o porque le aprieta la cabeza para pensar. Entonces le guiño un ojo y pienso: “Te pillé”.  

Esta situación la  he vivido en múltiples  ocasiones . Con los alumnos provocadores, con  los más rebeldes hay que tener un poco de mano izquierda . Si rascas un poco, debajo de su aspecto de malotes casi siempre hay una situación familiar o social adversa y en el fondo lo que quieren es que se les escuche, que se les de algo de cariño. Si logras conectar con ellos te son más fieles que ningún otro alumno.  Y entonces vuelvo a recordar porqué elegí esta profesión y al lado de Ray veo a Don Manuel que me sonríe .



 Capítulo 2  "CENTAUROS Y SIRENAS"

Segundo día de clase , después del recreo entro en la clase de 2º A  , los alumnos poco a poco se van sentado aunque todavía queda algún retrasado cruzando  la puerta (me lleva un par de semanas conseguir que sean puntuales). Me dirijo a mi mesa para encender el ordenador y pasar lista (una de las tareas más tediosas de esta profesión) y me encuentro que el teclado está todo embadurnado de Nocilla, parece uno de esos Gofres con chocolate que comía de pequeño en un puesto de la Puerta del Sol.

Habitualmente la primera semana de clase no hay problemas de comportamiento, es una especie de round de tanteo, donde alumnos y profesores van probando fuerzas y se van conociendo, pero estaba claro que alguien había empezado el curso con muchas ganas de pelea. 

Algunos profesores, en esta situación, lanzan improperios y se agitan desde la tarima, para solaz de algunos  alumnos ,especialmente el que lo ha hecho pues ha conseguido su objetivo : sacar al profesor de sus casillas. Otros profesores, de perfil inquisidor, castigan a toda la clase hasta que no salga el responsable lo cual, al ser injusto, tiene un efecto perverso porque los alumnos se ponen más de parte del infractor que del profesor. Yo, si puedo, trato de dar la vuelta a la tortilla, intento que los alumnos se pongan de mi parte y en contra del culpable, así que con tranquilidad y esgrimiendo una sonrisa como único material antidisturbios comenté:

“Queridos alumnos, Vamos a jugar a los detectives, veamos, este teclado lleno de chocolate nos da muchas pistas sobre la persona que ha cometido el delito:

Primera, al susodicho no le gusta la Nocilla, lo que demuestra que es tonto” y ahí ya se produjeron risas con lo que el ambiente tenso que hubiera querido crear el infractor se desvanecía desde el principio, además su acción se volvía como un boomerang contra él.

“Segundo pista: el que lo hecho además de tonto es idiota - hubo más risas-  y veréis que no es un insulto sino una definición de libro: esta palabra la utilizaban los antiguos griegos para referirse a aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos sino sólo de sus intereses particulares. En cierto sentido faltar a ese deber era incomprensible para los atenienses, pues pensaban que la defensa de lo público diferenciaba verdaderamente al ciudadano del bárbaro. Nuestro delincuente es idiota, en el sentido griego, porque no ha reparado en inutilizar un material que es de todos, pagado con los impuestos de vuestros padres y que se utiliza para el bien común.

 Tercera pista, el compañero que  ha hecho este atentado no es feliz. Me explico, Cuando, tu familia te quiere, tienes buenos amigos y sacas buenas notas, en definitiva, cuando   te van bien las cosas,  no tienes ganas de empañar ni un ápice ese cuadro tan brillante que es tu vida ,mientras que si , por el contrario, todo te sale al revés  y te sientes triste, te entran ganas de pintar de gris el resto del paisaje.

Mirad, decía Concepción Arenal, una pensadora y poeta española del siglo XIX: “Odia el delito y compadece al delincuente”. Por tanto, para que el compañero o compañera que ha mostrado su dolor estropeando el teclado se sienta ahora  querido, propongo que nos levantemos y digamos con cariño: “Te queremos untador de Nocilla “,

Así lo hicieron con gran regocijo, todos menos Ray, que al final del aula torcía el gesto y se quedaba sentada , lo  que le convertía en la principal sospechosa. Yo podía haberle puesto contra las cuerdas y quizá hubiera confesado pero  pensé  que ya  le había dado una lección y  quería  que todas las ideas que había expuesto quedaran sembradas en su cerebro , por si crecían  alguna vez.

Afirma Rousseau que "El hombre es bueno por naturaleza pero la sociedad le corrompe", yo por el contrario pienso que el ser humano cuando nace es un animal y busca por encima de todo satisfacer sus deseos sin importarle nada los demás, pero la sociedad, a través de la familia y la escuela, le va humanizando. El niño es un salvaje que poco a poco se va amansado, como un lobo que se convierte en perro. Los adolescentes están en medio de este proceso de cambio entre la bestia y el ser humano, son mitad hombres y mitad animales, bichos raros, como los centauros o las sirenas.



 

Capítulo 3  "EXPULSIÓN"

Estaba de guardia en la Biblioteca, los profesores nos turnamos allí   por si un compañero manda a algún alumno expulsado o este llega tarde por las mañanas. La verdad es que identificar la biblioteca con un lugar de castigo no creo que sea la mejor idea para atraer a los chicos a la lectura. En lugar de ver los libros como escalones al conocimiento los terminan confundiendo con los ladrillos de una cárcel.

Desde ahí veía el patio del Instituto, en la cancha de baloncesto estaba la clase de Ray con Adrián, el profesor de Educación Física. Me quedé mirando por la ventana porque estaba interesado en ver como se comportaba con él.  Los profesores de E.F. suelen tener éxito entre los chicos, en primer lugar, porque son súper dinámicos y su asignatura es la más más adecuada para el ímpetu de un adolescente   y en segundo lugar van siempre en chándal , que  es la vestimenta más habitual también entre los chicos, lo cual les hace más cercanos  y menos encorsetados.

 Cuando yo era joven tuve un profesor de Gimnasia, decíamos entonces, que era todo lo contrario, iba con una chaqueta desgastada, como de un terciopelo que alguna vez fue burdeos, tenía barriga y su voz era ronca y rasposa debido a lo mucho que fumaba,  también durante las horas de clase  . Tenía como mote el “Cazalla”  porque decían que todas las mañanas desayunaba con este aguardiente. Era un tipo simpático cuya idea de la asignatura era darnos unos balones y que cada uno jugara a lo que quisiera mientras el leía tranquilamente el MARCA.

La clase de E.F. de ese día consistía en hacer una coreografía, el profesor   les puso por parejas para hacer un baile. Ray se negó a hacerlo en rotundo. Algunas alumnas cuando no quieren hacer alguna actividad de E.F. alegan que tienen la regla, pero Ray no usaba excusas cuando algo no le gustaba. Entonces Adrián le señaló la biblioteca mientras le decía algo en tono enojado.

Cuando llegó a la biblioteca la pregunté, como si no supiera nada: “¿Porqué te han expulsado?”. “Por no querer bailar”, contestó ella como si fuera evidente la injusticia

Yo, después de los tensa relación que habíamos tenido en los primeros días de curso  quería establecer algún puente y le pregunté de manera cordial : “¿Es que no te gusta bailar? Es algo divertido, a todos los jóvenes les gusta ”.  “A mi no”, contestó de manera firme

“¿Pero al menos te gusta la música?”, ella afirmó con la cabeza. “Pues es una pena porque el baile es como el eco de una canción en tu cuerpo, bailar es la sombra de la música”. No sé si entendió mi comparación,  quizá demasiado poética,  pero quería decirle que bailar era algo bello y creativo

 Los que vienen castigados a la Biblioteca deben hacer alguna tarea, no pueden estar sin hacer nada. Lo habitual es que resuman o copien alguna lección del libro (así por lo menos se les queda algo), pero en esa ocasión quise tomar una medida distinta ya que Ray era una alumna diferente.

Le dije: “Ray, no has empezado bien el curso. Has de saber que en cualquier relación humana  si los inicios son buenos , es raro que luego las cosas  se tuerzan . Mira, como estás castigada, te mando como trabajo que busques entre los  libros un inicio que te guste y me lo escribes en una hoja, si te atrae como comienza seguramente quieras seguir leyendo más” . A Ray pareció no disgustarle la tarea porque se puso a hojear libros sin protestar. Pasado un buen rato vi cierta satisfacción en su cara   e inmediatamente se puso a escribir, cuando terminó me  entregó el papel. Había elegido el comienzo de “Tiempos difíciles”, cuyo título seguramente eligió porque le resultaba cercano a lo que ella vivía. Decía así:

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también de la locura; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.

Aunque Dickens se refería a la época de la revolución Francesa, en el siglo XVIII, encajaba perfectamente con la definición de  adolescencia, y Ray me transmitía un mensaje,  su mundo era convulso, confuso ,lleno de contradicciones. Fue de casualidad, pero  había  logrado establecer un lazo de comunicación con ella. Se había abierto una pequeña ventana entre los dos.


 



Capítulo 4  EL RECREO

Dice el diccionario que “ecosistema es el conjunto de especies de un área determinada que interactúan entre ellas mediante la depredación, la competencia y la colaboración ”, pues bien el  recreo es el verdadero ecosistema del alumno, allí puedes encontrar  todo esta variedad de relaciones y comportamientos entre los chicos.  El aula, sin embargo, es como un museo de Ciencias Naturales donde los alumnos están clasificados por especies, ordenados por nombre y edad, y colocados en fila recta para que se les pueda observar bien pero no conocerlos en profundidad.

Desde el primer día de curso cada grupo de alumnos coge su sitio en el patio y es raro que lo abandone hasta que no termina su estancia en el instituto. Todos menos los de 1º de la ESO que no pueden estar quietos y recuerdan hormigas aceleradas donde cada una sigue su trayectoria y parece milagroso que no se choquen, pues se entrecruzan   los que corren tras una pelota, los que corren tras otro alumno y los que corren sin saber bien porqué.

Nadie está sólo en el patio, sólo Ray y algún alumno autista que prefiere estar en su mundo sin que nadie le moleste y que yo a veces envidio  (la verdadera libertad sólo se alcanza si no necesitas a nadie)   pero ¿Porqué estaba sola Ray?: Con 14 años crees que eres un esclavo y tus amos son los padres o los profesores, estás condenado a cumplir sus deseos, con 16 te sientes  ya un liberto, como en la antigua Roma, puedes hacer ciertas cosas pero otras te están vedadas (puedes trabajar pero no puedes votar), a los 18 años por fin te crees que eres libre y puedes disponer de tu vida. Ray se juntaba con los más mayores del instituto, quería quemar etapas, no podía esperar, pero en los Institutos hay una norma que permite durante el recreo salir a la calle a los que ya tienen 16 años. Ray, que tenía tan sólo 14, miraba con envidia a los que estaban fuera  fumando un cigarrillo o entrando donde  los chinos a pillar algo de beber. En sus ojos brillaba una mezcla de pillería y cálculo, como Steve McQueen en la película “La Gran Evasión” donde cada  día su  obsesión  era buscar la manera de escaparse del campo de prisioneros nazi.

Ray , de hecho, ya lo había intentado los primeros días de curso, falsificando su edad en el carnet de estudiante, pero  las conserjes ya la tenían fichada y por ese lado no tuvo opción. Creo que Ray miraba de soslayo una esquina del patio por donde la valla era algo más baja para saltar pero con todo resultaba muy complicado y estaba barajando otras posibilidades.

Cómo no le interesaban los chicos y chicas  de su edad  Ray se ponía unos cascos aparatosos, como los que llevan los futbolistas cuando salen del autobús del equipo, para que no quedara duda que no quería establecer contacto con nadie. Los cascos eran un muro que le aislaba de la gente que no le importaba.

Yo la estaba observando y me propuse entrar en esa fortaleza, pues casi lo había logrado  cuando ella estuvo castigada en la biblioteca (ver capítulo anterior).  Le toqué en el hombro y ella se quitó los cascos con un gesto de fastidio, le pregunté “¿qué escuchas?”. Me contestó con  pereza, como cuando se dirige a ti  un guiri preguntando por una dirección. Me dijo una serie de nombres que no conocía, casi todos raperos: Kase.O,  Morad,  Lágrimas de Sangre…, y añadió: “No te gustarían”

Yo le comenté que aunque no controlaba mucho del tema  valoraba el cuidado de las letras que tenían esos músicos y la fuerza del mensaje y añadí: “Y aunque no me gustaran no me atrevería a juzgarlos, la Historia nos ha enseñado numerosos ejemplos de artistas que han sido incomprendidos en su momento y luego, muchas veces después de muertos, han sido admirados y seguidos por el gran público.” Y le puse ejemplos de pintores como Van Gogh, escritores como Edgar Allan Poe o incluso grupos de música como los propios Beatles que al principio eran rechazados por la crítica y ahora son clásicos como Mozart o Beethoven.

Ella se me quedó mirando, por un lado valoraba que respetara sus gustos y no considerara que lo que escuchaba era tan solo unos melenudos haciendo ruido, como ha hecho cada generación con la siguiente, por otro lado reflexionaba sobre lo que le había dicho, y quizá se preguntaba “¿Algún día me entenderán a mí?”



EL ARROYO

Puede que el arroyo Saucedoso sea tan sólo un hilo de agua que el Alberche apenas  agradece y que el Tajo ignora,  pero para el que vive en Cardiel es una corriente inmensa de dones.

El arroyo trae el color en los días de primavera  y el frescor  en los de verano, pues aunque en esa estación su cuerpo desaparece,  permanece su espíritu que es el  relente. Por eso en las noches de Agosto  las calles de Cardiel  está llenas de niños jugando y mayores compartiendo conversación,   mientras que en otros pueblos tienen el aire acondicionado como único aliado, en Cardiel la gente festeja en el Cerrillo que el arroyo es su benefactor.

Pero el arroyo es también  flujo interminable de recuerdos , las  primeras imágenes que tengo, de niño, es jugando con mi hermano   a los barquitos,  tirábamos palos al agua y hacíamos carreras hasta que se perdían corriente abajo , aunque , a veces, alguno  quedaba varado entre la vegetación como  un Titanic de madera. Muchas veces me quedaba pensando e imaginaba que llegarían al Tajo y por allí al océano, y verían en su trayecto lugares que yo nunca conocería. El arroyo me conectaba al mundo.

Entonces el  arroyo me parecía la selva, en sus orillas se formaba una galería compuesta de chopos, cañas , y un tapiz de zarzas bordadas en rojo y negro (el arroyo me sabe a zarzamoras que cogía con mi madre para luego meter en la nevera y comer frías en la merienda). En esa selva, una vez, mi primo Josemi, que era muy mañoso, hizo una cabaña con troncos justo encima del cauce, y allí subido, al amparo de los árboles me creía un Robinson Crusoe que estaba solo y perdido en el lugar más recóndito del mundo

Recuerdo  a los mozos del pueblo cogiendo los peces que se habían aventurado a subir  desde el río, se ponían en dos extremos del arroyo  y con  barras de hierro golpeaban el cauce como si varearan los olivos pero en vez de caer aceitunas ascendían gotas de agua y algún pez que tenía la mala fortuna de ponerse en medio, luego se iban acercando unos a otros hasta que se formaba entre medias un corro de donde no podían escapar, los peces describían trayectorias aleatorias pero no podían evitar ser cogidos aunque se escondieran  entre los huecos de las orillas. Cuentan de uno, muy habilidoso, que una vez se sumergió en el agua y salió con un pez en cada mano y otro en la boca. Luego con la cosecha de peces en sacos los vendían por el pueblo y volvían a sus casas con la emoción de la aventura en el corazón y la satisfacción de unas  pesetas en el bolsillo.

Pero el arroyo significa  para mi, sobre todo, la huerta de mi padre. Contigua al arroyo no se entendería a la una sin el otro. Recuerdo como disfrutaba él cuando estaba allí, frente a la monotonía y frialdad de la fábrica suponía enlazar con la vida y el calor que entraña la tierra,   frente  al trabajo en cadena  el crear una cosa desde principio a fin. Él me enseñaba el ciclo de cada planta y quería que le ayudara a recolectar sus frutos, pero lo que más me gustaba era abrir los surcos para que se regaran, me sentía poderoso desviando la corriente de agua de un lugar

a otro , pues de niños nos encanta  jugar a hacer presas. Creo que si hoy día tengo la huerta, a medias con  Pablo, no es por los tomates o por las sandías sino por poder seguir jugando y recordarlo a él.

Se cumplen 100 años de la construcción del puente y  puede que a algún forastero le parezca  exagerado el tamaño de sus tres ojos y la belleza de sus arcos  para tan poco cauce , pero para los cardielejos  es el marco apropiado que se merece  el arroyo, y cada uno de los sillares de piedra , que entre otros trajo mi abuelo, significa la voluntad de hacer cosas juntos que tiene este pueblo. 

El agua es el secreto de la vida y el arroyo es uno de  sus mensajeros, y por eso nos queda la satisfacción de que  cuando nosotros ya  no estemos aquí el arroyo volverá a resurgir eternamente.



sábado, 27 de febrero de 2021

 




PABELLÓN DE MAYORALES (1ª parte)

En 1987 acababa de terminar la carrera y un cura salesiano amigo mío, Santiago Galve, me ofreció trabajar para Cáritas en un albergue para indigentes. Este se abría provisionalmente en el antiguo Pabellón de Mayorales de la Casa de Campo, sólo para los meses de invierno y sólo para pasar la noche, se quería evitar que los “sin techo” tuvieran que dormir en cajeros de banco, portales abiertos o estaciones de metro.  Sus usuarios eran inmigrantes, pedigüeños profesionales, exreclusos, etc., muchos de ellos con problemas de alcohol y drogas.

Mi función era ayudar al asistente social que entrevistaba a los candidatos para entrar y luego, junto a otros compañeros, les dábamos de cenar y hacíamos guardia por la noche para que todo estuviera tranquilo y por si la policía nos traía algún indigente que encontraban borracho, tirado en un parque o en medio de la calle.

El trabajo duró solo tres meses pero aprendí más cosas allí que en los 5 años de universidad . Tuve grandes experiencias y conocí personas increíbles:

Julián un cuarentón, culto y bien parecido, pero que tenía algún tipo de esquizofrenia que le había arrojado a la calle. Tenía una obsesión principal: el frío. Cuando entraba en el albergue llevaba puestos dos jerseis, un abrigo  y  un plumas que no consentía  quitarse mientras cenaba y luego se acostaba vestido. Hablaba pausado y convincente y mantenía la atención de todos los que le escuchaban aunque, a veces,  lo que decía no tenía ni pies ni cabeza. Nos contaba que Madrid había sido destruido totalmente en la Guerra Civil y lo que veíamos era un holograma. El  tenía un mapa que al doblarlo  unía en la realidad dos puntos que le teletransportaban y así   entraba por uno de ellos en Plaza Castilla y aparecía al instante  en Atocha. Como le decía socarrón Pitu: “joder Julián lo que te ahorras en taxis”

“ Pitu” (de Pitufo) era un enano pícaro y ocurrente,  que decía haber trabajado en el circo de Ángel Cristo, hacía múltiples bromas sobre su estatura (quizá para que ningún otro se las hiciera ) y era la alegría de aquel lugar tan desabrido. Era fácil encontrarle: donde hubiera un grupo desternillándose él estaba en medio (una pizca de levadura hace crecer toda la masa). Tenía un don para hacer reír a los demás y no residía en su físico sino en su inteligencia.  

Azucena , drogadicta y embarazada, pedía dinero en la estación de autobuses con la excusa de que había perdido la cartera y le faltaban solo 200 pesetas para el billete. Juraba que ya lo estaba dejando, pero todas las noches venía con los ojos vidriosos y el corazón triste. Quería tener el hijo pero por otro lado se reprochaba ser una mala madre  antes ya de que naciera. No sé que terminaría haciendo, cualquier opción seguro que fue difícil y dolorosa.

Oulad un marroquí simpático e inteligente, que además de hablar  francés e inglés , había aprendido hablar  español en los tres meses que llevaba aquí. Manteníamos largas conversaciones sobre la cultura y la historia de España pues él no dejaba de hacerme preguntas. Pasaba el día en bibliotecas, donde estaba caliente y podía saciar con libros su hambre de conocimiento, el otro apetito se lo aguantaba pues aquel año el Ramadán coincidía con el mes de Diciembre y no probaba alimento hasta que le dábamos el bocadillo por la noche (como dice el Corán “cuando no se pueda distinguir un hilo blanco de uno negro”)

Y así un rosario de personajes cada uno de los cuales tenía méritos sobrados para escribir una novela de sus vidas.

Me tocó pasar allí la Noche vieja. Las normas del Albergue decían que a las 10 todo el mundo debía estar en la cama, y no se hizo ninguna excepción esa noche, pero Pitu no se conformó y quiso hacer algo especial. Se subió a la mesa con una bandeja en la mano y  un cazo en la otra dispuesto a dar, manualmente, las doce campanadas de despedida del año . Nos unimos todos a su alrededor y comiendo uvas imaginaria (todavía hubo alguno que se atragantó) y celebramos divertidos la llegada del nuevo año. Al terminar nos abrazamos y felicitamos, y por un instante, aunque solo fuera un instante, diría que reinó la alegría y la esperanza, aunque al terminar cada uno volviera a su habitación con sus problemas como único cotillón.

A las 12, solo en mi despacho, oí las campanadas verdaderas por la radio, como si estuviera en  la  posguerra. Un minuto después salí a la calle, la noche era fría y cerrada. El Paseo de Extremadura , que siempre emitía un ruido constante de  motores y claxon, estaba ahora vacío y en silencio. Por un lado sentía melancolía , pues por primera vez en mi vida no pasaría esa noche  en  casa con mis personas queridas , pero por otro lado    sentía un profundo agradecimiento hacia la vida  por lo que tenía , ya que aquellas personas con las que había compartido esa noche  no tenían  hogar ni familia  ningún día del año.

PABELLÓN DE MAYORALES (2ª parte)

En  el antiguo Pabellón de Mayorales de la Casa de Campo  los “sin techo” tenían  perfiles  muy variados: parados, inmigrantes, pedigüeños profesionales, locos, exreclusos, etc., muchos de ellos  gente maravillosa que había naufragado y que la vida había llevado hasta esa orilla. 

Adela  era una andaluza   de unos 30 años (allí era difícil calcular  la edad real pues la calle envejece mucho) , era guapetona y muy simpática pero  a veces se creía la Virgen María. Un día salió en “pelota picada” al gran salón que tenía el albergue. Yo la llevé rápidamente a su habitación, la tapé con una sábana y le dije que no estaba bien lo que había hecho, pero ella me contestó: ”El cuerpo de la virgen  no tiene pecado”. La reconvine para que se vistiera, pero me dijo “ la virgen viste de azul celeste y  no me pondré ninguna  prenda que sea de otro color” .Me lo puso difícil pero rebuscando en el almacén de ropa usada encontré  un chándal azul claro del Carrefour que era lo más parecido a lo que ella me pedía, cuando se lo di no estaba muy convencida de que ese atuendo tan sport fuera digno de la madre de Dios, pero empezaba la cena y aceptó, pudo más el hambre que sus prejuicios sobre la  moda . Al día siguiente parecía que había vuelto la cordura a sus ojos y me pidió perdón por lo que había hecho, le dije que no tenía importancia y entonces, cuando ya se marchaba, sonriendo me bendijo.

Es sabido que “cuando Dios cierra una puerta abre una ventana”, y para eso estaba allí  Manuel, uno de mis compañeros, regordete y bonachón, un cura que había salido tarifando de los dominicos, porque allí no llevaban bien que fuera un espíritu libre. Se apuntó a esta labor voluntariamente y si su vocación era ayudar al prójimo, sin duda  allí tenía su mayor campo de acción. Si el asistente social se ocupaba de las necesidades materiales y administrativas de los usuarios del albergue, él se preocupaba de los sentimientos, de la parte espiritual. Cuando los demás terminábamos las actividades que teníamos encomendadas nos retirábamos a un despacho a descansar, él, sin embargo, se mezclaba con los indigentes, salía afuera a charlar y echarse un cigarrillo con ellos. Con el tiempo me enteré de que a él no le gustaba fumar, pero era la forma de acercarse a ellos como un igual, sin que sintieran que les iba a dar un sermón, sino como un compañero más que compartía con ellos tabaco y afectos.

Un día, a eso de las once de la noche, escuché  gritos en la puerta del albergue, al acercarme vi a Manuel, que con buenas palabras y un tono conciliador estaba tratando de decir a un habitual del albergue, que conocía perfectamente las normas, que ya no podía pasar (se cerraba a las 21.30, para que aquello no se convirtiera en una pensión). Pero el personaje   estaba muy chulo, y quizá algo bebido, y porfiaba con Manuel porque sabía con quien se jugaba los cuartos. Justo cuando yo llegaba le escupió en la cara, Manuel se puso tenso y luchaba consigo mismo por quedarse quieto y no agarrarle por el cuello. En ese momento de duda me metí entre medias y de un par de empujones le eché del albergue.

Tras el incidente, Manuel se quedó apesadumbrado y estuvo deambulando  por el gran pasillo del albergue  sin dirección, como los presos en el patio de la cárcel. Luego se sentó en uno de los bancos , apoyando la cabeza sobre sus manos entrelazadas . No sé si estaba pensando o rezando (quizá las dos cosas eran lo mismo en ese momento). Para romper el hielo me acerqué y le dije “ Jesús también se cabreó con los mercaderes y los echó a latigazos del templo, ¿no querrás tu ser mejor que tu jefe?”. Me dedicó una mueca que intentaba ser una sonrisa para agradecerme la buena intención pero seguía triste. Entonces le expresé que después del incidente aun le admiraba más, porque si tras su apariencia dulce y bonachona sólo había un simple, un tontorrón, entonces no tenía tanto mérito el que se hubiera contenido, pero si era una persona como las demás, con su genio y su orgullo, para mí  era más admirable (aunque él seguía culpándose por haberse dejado tentar por el odio).

En aquel lugar, como en la guerra, salía lo mejor y lo peor del hombre. El robo de lo poco que tenía el de la cama de al lado o la ayuda más desinteresada. La locura convivía con la sabiduría que da la calle, y la depresión se ahuyentaba con el humor más ácido. La línea que separaba el bien y el mal no era recta sino que tenía más curvas que la carretera que sube al Piélago.

 

viernes, 18 de octubre de 2019

PUEBLO



Laura tenía 13 años y vivía en Valencia. A primeros de Agosto su padre  le llevó a pasar una semana de vacaciones en Cardiel de los Montes, en casa de su tío Miguel. A ella no le sedujo mucho la idea, acostumbrada a las posibilidades que le ofrecía una gran ciudad, pensaba que se iba a morir de asco en un pueblo  pequeño y tan lejos del mar.
Al llegar  le presentaron a unos chicos de su edad que la recibieron con entusiasmo pero le llamó la atención  la buena acogida que tuvo también por  el resto del  pueblo .Ella en Valencia apenas  se saludaba con los vecinos y cuando coincidía con ellos en el ascensor se limitaba a compartir  un incómodo silencio, pero en Cardiel la gente  se interesaban por su vida, por sus aficiones  y más de un viejete le preguntaba: “ Hija mía, ¿tú de quién eres? “. Al ser un pueblo pequeño todo el mundo se conocía e interactuaba, independientemente de la edad o procedencia social. La gran ciudad era un conjunto de muchas unidades que vivían aisladas, Cardiel, sin embargo, era un conjunto de personas que vivían como una unidad.
Al día siguiente de su llegada fue con sus nuevos amigos en bicicleta de excursión al “Vao de San Benito”, paso natural del río Alberche. El arenal donde pusieron sus toallas no era la playa de la Malvarosa pero se estaba bastante bien y aunque no había olas para mecerse también era divertido dejarse llevar por la corriente. Frente a la monotonía del horizonte en el mar aquí se divisaba una ribera llena de  vegetación, con sauces y  chopos ribeteados con el trino de los pájaros y el destello azul de las libélulas. Estuvo ayudando a un chico llamado Manuel a construir una cabaña con troncos y ramas y al terminar se metió dentro con la satisfacción de haber hecho algo primitivo y auténtico. Cuando volvió a casa estaba agotada  y feliz.
Si en Cardiel había muchas cosas que hacer por el día también las noches  eran animadas. En Valencia  no la dejaban llegar más tarde de las 11 pero aquí se acostaba a las 2 o las 3 de la madrugada. El aire fresco que venía del arroyo Saucedoso daba  tregua al calor del verano y era cuando mejor se estaba, las plazas del ayuntamiento y  del Cerrillo estaba llenas de mayores y pequeños. En Cardiel no había peligro, todos se conocían y estaban pendientes los unos de los otros,  el único riesgo era que un niño   te chocara con la bici jugando a los encierros. Pero una noche de las que estuvo allí fue aún más especial, fue el día que se veían las Perseidas. Fue con sus nuevos amigos a observarlas, y nada más cruzar el puente del arroyo Laura se  quedó impresionada por la cantidad de astros que se podían ver y el fulgor con que brillaban, nunca había visto nada igual. Luego tumbados en la cuesta que va al Quinto, apoyando su cabeza en el pecho de Manuel, disfrutó del espectáculo. Las estrellas fugaces se desprendían del firmamento y parecían rasgar por un instante el lienzo azul del cielo, como gotas de luz que se deslizaban por el cristal de la noche
Así fueron transcurriendo los días y sin darse cuenta ya tenía que partir. Todos fueron a despedirla a la plaza del Cerrillo, su padre tenía aparcado allí  el coche y lo estaba cargando con maletas y bolsas. Cuando el Renault Megane del padre de Laura inició su marcha dirigiéndose a la carretera, Manuel  comenzó a pedalear a toda velocidad por el camino rojo siguiéndole en paralelo. Durante casi 200 metros fue a la misma altura que el coche de Laura y esta, al verlo, abrió la ventanilla y le tiró un beso.
Cuando pasó el cruce de la Atalaya dejó de ver a Manuel y también el campanario de la iglesia, y mientras  cruzaba el Alberche se le cayeron algunas lágrimas  que, sembradas en su corazón, crecerían más adelante como un árbol lleno  de  bellos recuerdos de Cardiel.