Capítulo 4 EL RECREO
Dice el diccionario que “ecosistema
es el conjunto de especies de un área determinada que interactúan entre ellas
mediante la depredación, la competencia y la colaboración ”, pues bien el recreo es el verdadero ecosistema del alumno,
allí puedes encontrar todo esta variedad
de relaciones y comportamientos entre los chicos. El aula, sin embargo, es como un museo de
Ciencias Naturales donde los alumnos están clasificados por especies, ordenados
por nombre y edad, y colocados en fila recta para que se les pueda observar
bien pero no conocerlos en profundidad.
Desde el primer día de curso cada grupo de alumnos coge su
sitio en el patio y es raro que lo abandone hasta que no termina su estancia en
el instituto. Todos menos los de 1º de la ESO que no pueden estar quietos y recuerdan
hormigas aceleradas donde cada una sigue su trayectoria y parece milagroso que
no se choquen, pues se entrecruzan los que corren tras una pelota, los que corren
tras otro alumno y los que corren sin saber bien porqué.
Nadie está sólo en el patio, sólo Ray y algún alumno autista
que prefiere estar en su mundo sin que nadie le moleste y que yo a veces
envidio (la verdadera libertad sólo se
alcanza si no necesitas a nadie) pero ¿Porqué
estaba sola Ray?: Con 14 años crees que eres un esclavo y tus amos son los
padres o los profesores, estás condenado a cumplir sus deseos, con 16 te
sientes ya un liberto, como en la
antigua Roma, puedes hacer ciertas cosas pero otras te están vedadas (puedes
trabajar pero no puedes votar), a los 18 años por fin te crees que eres libre y
puedes disponer de tu vida. Ray se juntaba con los más mayores del instituto,
quería quemar etapas, no podía esperar, pero en los Institutos hay una norma que
permite durante el recreo salir a la calle a los que ya tienen 16 años. Ray,
que tenía tan sólo 14, miraba con envidia a los que estaban fuera fumando un cigarrillo o entrando donde los chinos a pillar algo de beber. En sus ojos
brillaba una mezcla de pillería y cálculo, como Steve McQueen en la película
“La Gran Evasión” donde cada día su obsesión era buscar la manera de escaparse del campo de
prisioneros nazi.
Ray , de hecho, ya lo había intentado los primeros días de
curso, falsificando su edad en el carnet de estudiante, pero las conserjes ya la tenían fichada y por ese
lado no tuvo opción. Creo que Ray miraba de soslayo una esquina del patio por
donde la valla era algo más baja para saltar pero con todo resultaba muy complicado
y estaba barajando otras posibilidades.
Cómo no le interesaban los chicos y chicas de su edad Ray se ponía unos cascos aparatosos, como los
que llevan los futbolistas cuando salen del autobús del equipo, para que no
quedara duda que no quería establecer contacto con nadie. Los cascos eran un
muro que le aislaba de la gente que no le importaba.
Yo la estaba observando y me propuse entrar en esa
fortaleza, pues casi lo había logrado cuando ella estuvo castigada en la biblioteca
(ver capítulo anterior). Le toqué en el
hombro y ella se quitó los cascos con un gesto de fastidio, le pregunté “¿qué escuchas?”. Me contestó con pereza, como cuando se dirige a ti un guiri preguntando por una dirección. Me
dijo una serie de nombres que no conocía, casi todos raperos: Kase.O, Morad,
Lágrimas de Sangre…, y añadió: “No
te gustarían”
Yo le comenté que aunque no controlaba mucho del tema valoraba el cuidado de las letras que tenían
esos músicos y la fuerza del mensaje y añadí: “Y aunque no me gustaran no me atrevería a juzgarlos, la Historia nos
ha enseñado numerosos ejemplos de artistas que han sido incomprendidos en su
momento y luego, muchas veces después de muertos, han sido admirados y seguidos
por el gran público.” Y le puse ejemplos de pintores como Van Gogh, escritores
como Edgar Allan Poe o incluso grupos de música como los propios Beatles que al
principio eran rechazados por la crítica y ahora son clásicos como Mozart o
Beethoven.
Ella se me quedó mirando, por un lado valoraba que respetara
sus gustos y no considerara que lo que escuchaba era tan solo unos melenudos
haciendo ruido, como ha hecho cada generación con la siguiente, por otro lado reflexionaba
sobre lo que le había dicho, y quizá se preguntaba “¿Algún día me entenderán a mí?”
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