EL ARROYO
Puede que el arroyo Saucedoso sea tan sólo un hilo de agua que el Alberche apenas agradece y que el Tajo ignora, pero para el que vive en Cardiel es una corriente inmensa de dones.
El arroyo trae el color en los días de primavera y el frescor en los de verano, pues aunque en esa estación su cuerpo desaparece, permanece su espíritu que es el relente. Por eso en las noches de Agosto las calles de Cardiel está llenas de niños jugando y mayores compartiendo conversación, mientras que en otros pueblos tienen el aire acondicionado como único aliado, en Cardiel la gente festeja en el Cerrillo que el arroyo es su benefactor.
Pero el arroyo es también flujo interminable de recuerdos , las primeras imágenes que tengo, de niño, es jugando con mi hermano a los barquitos, tirábamos palos al agua y hacíamos carreras hasta que se perdían corriente abajo , aunque , a veces, alguno quedaba varado entre la vegetación como un Titanic de madera. Muchas veces me quedaba pensando e imaginaba que llegarían al Tajo y por allí al océano, y verían en su trayecto lugares que yo nunca conocería. El arroyo me conectaba al mundo.
Entonces el arroyo me parecía la selva, en sus orillas se formaba una galería compuesta de chopos, cañas , y un tapiz de zarzas bordadas en rojo y negro (el arroyo me sabe a zarzamoras que cogía con mi madre para luego meter en la nevera y comer frías en la merienda). En esa selva, una vez, mi primo Josemi, que era muy mañoso, hizo una cabaña con troncos justo encima del cauce, y allí subido, al amparo de los árboles me creía un Robinson Crusoe que estaba solo y perdido en el lugar más recóndito del mundo
Recuerdo a los mozos del pueblo cogiendo los peces que se habían aventurado a subir desde el río, se ponían en dos extremos del arroyo y con barras de hierro golpeaban el cauce como si varearan los olivos pero en vez de caer aceitunas ascendían gotas de agua y algún pez que tenía la mala fortuna de ponerse en medio, luego se iban acercando unos a otros hasta que se formaba entre medias un corro de donde no podían escapar, los peces describían trayectorias aleatorias pero no podían evitar ser cogidos aunque se escondieran entre los huecos de las orillas. Cuentan de uno, muy habilidoso, que una vez se sumergió en el agua y salió con un pez en cada mano y otro en la boca. Luego con la cosecha de peces en sacos los vendían por el pueblo y volvían a sus casas con la emoción de la aventura en el corazón y la satisfacción de unas pesetas en el bolsillo.
Pero el arroyo significa para mi, sobre todo, la huerta de mi padre. Contigua al arroyo no se entendería a la una sin el otro. Recuerdo como disfrutaba él cuando estaba allí, frente a la monotonía y frialdad de la fábrica suponía enlazar con la vida y el calor que entraña la tierra, frente al trabajo en cadena el crear una cosa desde principio a fin. Él me enseñaba el ciclo de cada planta y quería que le ayudara a recolectar sus frutos, pero lo que más me gustaba era abrir los surcos para que se regaran, me sentía poderoso desviando la corriente de agua de un lugar
a otro , pues de niños nos encanta jugar a hacer presas. Creo que si hoy día tengo la huerta, a medias con Pablo, no es por los tomates o por las sandías sino por poder seguir jugando y recordarlo a él.
Se cumplen 100 años de la construcción del puente y puede que a algún forastero le parezca exagerado el tamaño de sus tres ojos y la belleza de sus arcos para tan poco cauce , pero para los cardielejos es el marco apropiado que se merece el arroyo, y cada uno de los sillares de piedra , que entre otros trajo mi abuelo, significa la voluntad de hacer cosas juntos que tiene este pueblo.
El agua es el secreto de la vida y el arroyo es uno de sus mensajeros, y por eso nos queda la satisfacción de que cuando nosotros ya no estemos aquí el arroyo volverá a resurgir eternamente.
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