domingo, 30 de noviembre de 2014

HERMANOS







Un hermano es quien más se parece a ti ,es como tu espejo. Ha crecido en el mismo ambiente que tú, se ha educado con los mismos valores. Los recuerdos son comunes y las vivencias compartidas, en muchas ocasiones se te parece en la forma de hablar, incluso en el propio timbre de la voz. En mi caso esa comunión es muy grande pues al ser yo 5 años mayor que mi hermano nunca hubo atisbo de rivalidad y sí un sentimiento paternal  de protección .

Cuando éramos pequeño, en el pueblo, dormíamos en la misma habitación. Las casas de pueblo siempre tienen más ruidos que las de la ciudad y por la noche dan más miedo. El suelo de madera de la troje crujía como si alguien caminara penitente y a veces las termitas mordían virutas de las puertas con una apetito insaciable. Una de esas noches de sonidos desconocidos yo estaba asustado metido dentro de la cama, con la cabeza tapada por la colcha a modo de estandarte contra los monstruos de la habitación. Entonces él dijo: “Juli, tengo miedo” y en ese mismo instante una sensación de calor y coraje inundaron mi cuerpo y dejé de tener miedo , luego alargué la mano, salvando el corto espacio que había entre ambas camas y cogí la suya diciéndo: “Estando yo a tu lado nunca te va a pasar nada” Esto le tranquilizó y al poco tiempo se volvió a dormir. Pero pocos meses después  no cumplí mi promesa.

Durante el mes de Junio nos apuntaron a un cursillo de natación en Madrid, ,mi hermano tenía 5 años y todavía no sabía nadar bien y mi madre, previsora, quería que ese verano nos defendiéramos en el agua para cuando fuéramos a bañarnos al río Alberche. Transcurridos 10 días le pasaron del nivel “iniciación” a “perfeccionamiento“, donde yo estaba, en la zona donde cubría la piscina. Sin ningún preámbulo le echaron al agua y al no sentir el suelo bajo sus pies, se empezó a poner nervioso y se puso a agitar los brazos compulsivamente y viendo que se hundía me gritó. “¡juli, tírate!”, dudé un segundo , sólo un segundo, pero ya el profesor se había tirado y le acercaba al borde. Cuando llegó a mi lado lloraba desconsolado por el susto y yo también lloraba por haberle fallado. En las semanas siguientes , durante muchas noches , tuve la pesadilla de que mi hermano me pedía auxilio y yo me quedaba petrificado y no podía tirarme.

Pero ese mismo verano la vida me dio la oportunidad de enmendar mi fallo. A finales de Agosto ya montaban la plaza en el pueblo para las fiestas, e inevitablemente los niños jugaban a los toros. Mi madre le había hecho a mi hermano una muleta con un trapo rojo y un estoque con una caña y él toreaba a un amigo suyo que embestía con nobleza. Yo estaba hablando con mis amigos, sentado en el entablado encima de los toriles, que era mi preferido pues era el único que quedaba de madera cuando se hizo la plaza de hierro. Entonces vino llorando porque un chico más mayor le había quitado la muleta y no se la devolvía. Yo no es que fuera muy gallito pero cuando algo tenía que ver con mi hermano me daba fuerza extra y me dirigí a por el abusón. Cuando rodeé el royo me sorprendí al ver que el chico en cuestión era Benito “rompepelotas”.

Benito era un chico del pueblo, bastante bruto, cuyo mote , según la leyenda, tenía dos orígenes: un día jugando al futbol pegó tal punterazo al balón que le reventó descosiendo las costuras, otra versión decía que en una pelea le había pegado una patada tan grande en la entrepierna a un chico que este ya dejo de crecer y nunca llegaría a ser un hombre . Quizá ambas historias fueran reales. Lo cierto es que él y sus amigos se metían con todo el mundo, conmigo también. Me llamaba “palicucho”, no se bien porqué, nunca le pregunté, supongo que porque era de complexión delgada y les parecía poca cosa.

Cuando me dirigía hacia él ya era tarde para echarme atrás , mi hermano andaba tras de mi, y sus amigos también, como público impaciente que espera que algo ocurrá. Cuando estuve frente a él le pedí que le devolviera la muleta a mi hermano. Benito sonrió y como única respuesta alzó la caña ,que hacía de estoque, y se abalanzó a mi para darme en la cabeza. Yo cogí la caña con las dos manos y con su propio impulso le hice un” ipon sionague”, una llave de judo que yo había practicado en clase ( era cinturón amatillo-naranja) cayendo como un saco sobre el suelo, dando una gran costalada. No se levantó del suelo y mientras sus amigos le auxiliaban yo le devolví la muleta a mi hermano y me di media vuelta y me fui. En ese momento gané el orgullo de mi hermano y el respeto de los que se metían conmigo que desde entonces me cambiaron el mote por el de “judoka”.

Como decía al principio un hermano es quien más se parece a ti, es como tu espejo, y en mi caso es donde mejor me reflejo pues tiene mis mismos rasgos pero sin mis defectos.

 

 

 

 

1 comentario:

  1. ¡Preciosa evocación de recuerdos infantiles y de amor filial! Ese hermano estará muy orgulloso, ¡seguro!

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