lunes, 19 de octubre de 2015

LAS LUMINARIAS


De todas las fiestas que se celebran en el pueblo “las luminarias” ocupan un lugar especial en mi corazón. Como vivo en Madrid sólo he podido celebrarlas cada 6 o 7 años, cuando caían en fin de semana y por ello han sido más anheladas, más deseadas y su recuerdo tiene un gran valor simbólico porque fueron coincidiendo con distintas etapas de la vida( infancia, adolescencia, juventud, …) .

En mi primer recuerdo de las luminarias tendría unos 7 años, y me parecieron asombrosas. Solo en la calle de la Iglesia había preparadas tres hogueras con grandes troncos de encina, retamas y algún mueble viejo. Sin moverme de casa, aquella noche, asistí a un espectáculo que me emocionó y asustó a partes iguales. Cuando se encendieron me pareció un espectáculo maravilloso, las llamas se retorcían y en poco tiempo se elevaban altaneras por encima de los tejados, pero entonces temí que se pudiera quemar alguna casa y me asusté. Cuando las llamas se atemperaron y ya todo parecía tranquilo se oyó un tumulto y de repente una caterva de muchachos bajaba por la cuesta aullando y brincando, eran los quintos que saltaban las lumbres como endemoniados y yo al verlos vestidos con ropa militar y la cara tiznada, me parecía estar en medio de una batalla, donde no sabía decir si huían o atacaban. Cuando al final de la noche todo pasó me quedé jugando con la lumbre que agonizaba, removiendo las ascuas mientras se asaban unas castañas. Cuando me fui a la cama me costó dormir, cerraba los ojos y todo eran chispas, como cuando te aprietas fuerte los ojos con los puños, que ves estrellas de colores, luego entré en un sueño profundo y se cumplió el augurio que hizo mi madre: “Si juegas con el fuego luego te harás pis en la cama”.

Pasó algo más de un lustro cuando presencié mi siguientes luminarias, entonces era ya era un adolescente y ya no quería ser un mero espectador sino protagonizar los hechos que recordaba haber visto cuando era niño y lo que me habían contado mis amigos que vivían en el pueblo. Recorrimos todas las calles viendo las luminarias, conté más de treinta, y delante de la casa de una chica que me gustaba salté varias veces por encima de la lumbre para mostrar mi valor, pero como a esa edad los hombres somos unos insensatos, una de las veces salté sin advertir que también lo hacía otro chico y chocamos en el aire. Yo me llevé la peor parte por que caí sobre las brasas y aunque de un brinco me levanté rápidamente, me quemé la mano y lo que es peor un plumas que acaba de estrenar y que a diferencia de mi mano ya no tendría remedio. Una vez más mi madre me había advertido y no la escuché: “Que te digo siempre, Juli, piensa antes de hacer las cosas”.

La tercera ocasión en que fui a las luminarias yo era quinto, y las viví con mucha pasión, teníamos la sensación eufórica de que el pueblo era nuestro, de que el mundo entero nos pertenecía. En nuestro recorrido por las calles del pueblo, robando algún trozo de panceta que se descuidaba en la parrilla y tirando cohetes que llegaban tan alto como nuestra chulería, paramos un momento en un mirador que hay en lo alto del “Cerrillo” y quede absorto contemplando el pueblo entero iluminado por las luces doradas que parpadeaban , y el cielo me pareció una enorme charca que reflejaba multiplicadas las luces de las hogueras y entonces pensé en las palabras que me dijo mi madre “Disfruta de la vida, hijo, pero recuerda que la juventud es como una luminaria: ardiente pero pasajera, lo importante es que cuando se apaguen las llamas duren mucho los rescoldos”. Una vez más ella tenía razón.


Y ahora, que ya he vivido muchas, pienso en el día que viejo y achacoso, contemple las luminarias sentado en una silla toda la noche , con la cabeza apoyada en la garrota, admirando la danza de las llamas y el baile de las pavesas, sin fuerzas para levantarme , pero con las mismas luces chispeantes en mis ojos ,como cuando era un niño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario