viernes, 24 de octubre de 2025

LA HUERTA

 

 


Mi primer recuerdo de la Huerta, en Cardiel, siendo niño,  es  una montaña de sandías inmensa que  mi abuelo y mis tíos habían recogido y habían apilado en la parte alta de la finca, donde mejor se cultivaban. Mientras, en la caseta, el gigante motor diésel Tamborini, traído desde Italia en los años 50,  sacaba agua  haciendo un ruido ensordecedor, como el de una moto con el tubo de escape roto. Se regaban los tomates, las patatas, la “vertualla” (como llamaba mi padre a las verduras) y a mí me encantaba verle como iba abriendo los surcos con el azadón mientras el agua corría. Era como jugar a hacer presas y cuando me dejaba hacerlo a mí me resultaba divertidísimo y me sentía importante.

Luego, de adolescente, me fastidiaba un poco la huerta. Me fastidiaba tener que levantarme a las 7 de la mañana para llevar el burro de mi Tío Dionisio ,desde Bayuela a Cardiel , para empezar pronto a arar, antes de que hiciera calor . Lo peor no era madrugar sino que un día, cuando lo traía de vuelta, a la hora de comer, me encontré a la altura de la Caseta con mis amigas Esther y Marga, conducían sus ciclomotores, una  Puch X 30 amarilla  y un Vespino gris , mientras yo montaba , con muy poca dignidad, un jumento  cárdeno de una sola velocidad. Me saludaron con gran simpatía pero yo me moría de vergüenza. Me fastidiaba tener que ayudar a mi padre a arrancar las patatas  y que me llamara la atención cuando mordía alguna con el azadón. Yo le decía que se me metía el sudor en los ojos y que no veía bien y él me contestaba con sorna “Tienes más cuento que el buey limón que cucaba con la luna”  y añadía como reflexión “si volviera otra  vez la guerra ya verías ”,  que era una muletilla que utilizaba a veces  cuando no me apetecía hacer algo o no me gustaba una comida, para recordarme que tenía una vida regalada y que no debía quejarme.  Yo lo veía como un comentario de persona mayor, ideas de otra época, pero ahora que estamos viviendo tiempos convulsos y que el mundo lo gobiernan locos como Trump o Putin, no descarto que algún día tengamos que volver todos al pueblo a vivir otra vez de la tierra.

Más tarde cuando ya me hice adulto empecé a entender a mi padre. Podía resultar sorprendente verle tan contento mientras doblaba el espinazo para quitar las malas hierbas, pero después de una semana de duro trabajo en la fábrica, un trabajo monótono y repetitivo, la huerta le daba la oportunidad de hacer algo creativo, algo que producía vida (durante la semana era un esclavo, el fin de semana un Dios). Frente a la frialdad y grisura de la cadena de montaje y sus piezas para coches se le ofrecía el calor y variedad del surco y sus plantas. Ya no me importaba ayudarle y le pasaba la mula mecánica (que sustituyó al burro de mi tío  Dionisio) y  cortaba la maleza con la desbrozadora (que remplazó a la hoz de mi abuelo Demetrio). No es que me entusiasmara pero me permitía hacer ejercicio al aire libre y  me daba la oportunidad de pasar más tiempo con mi padre.

Cuando murió, hace unos años, tuve la necesidad de seguir su labor, sentir que esa parte no moría con él. Me consta que otras personas que, como yo, no estaban especialmente interesadas en cultivar un huerto  también cogieron el relevo de su padre cuando este les  faltó. Cuanto me alegro de haber tomado esa decisión, pues yo, de naturaleza impetuosa, que estoy siempre de acá para allá,  he aprendido con la huerta a estar quieto, a mantener los pies pegados a la tierra , a tener paciencia, a observar sin más como van ocurriendo las cosas.  La Huerta me ha hecho también estar más cerca de la naturaleza,  sentir que formo   parte de su proyecto global aunque sea con un pequeño papel, igual que una hormiga . La Huerta me ha ayudado a comer de manera más sana pues en verano, con las neveras a tope de calabacines, pimientos y tomates, no dejo de comer gazpacho, pisto y ensaladas. Y podría continuar exponiendo las excelencias de tener un huerto, pero de todas las razones la más fuerte, la más profunda es volverme a sentir un niño que juega con el agua a hacer presas.

UN AMIGO

 

 


Amigos de verdad tengo  pocos  y muy buenos, creo que no puede ser de otro modo. Porque si tienes muchos no se puede cultivar la verdadera amistad, y si son  buenos  ¿para que necesitas más? . Para mí los amigos son como los zapatos, por muchos que tengas siempre te pones  los que más me gustan y con los que más cómodo vas.  Los míos vienen desde la adolescencia y son de Bayuela ,  nunca necesité otros.

Uno de esos buenos amigos  es Jesús Sanz. Mi amistad con él empezó en 1977, en el  verano de 7º de EGB. Era el inicio de las vacaciones y un grupo de chicos de la misma edad pero de distinta procedencia ( Bayuela, Talavera, Madrid…), formamos  una  pandilla improvisada  que tenía en común el estar todo el verano en el pueblo y las ganas de pasarlo bien. Alguien propuso ir al “Batán” para ver los toros de Severo y bañarnos después en unas pozas excavadas en las piedras  del arroyo. A la vuelta paramos un momento para coger  zarzamoras, pero los demás chicos continuaron su camino y Jesús y yo nos quedamos solos  continuando con la recolecta. Luego  bajamos por carretera del Real compartiendo frutos y sentimientos y en esos dos o tres  kilómetros que median hasta el pueblo  nos hicimos amigos para siempre.

Éramos diferentes: Yo  visceral, impulsivo y  poco motivado por los estudios, mientras que él era pacifico, racional y  buen estudiante. A mí me gustaba Police, que tenía canciones movidas y muy rítmicas,  y a él Mike Oldfield cuya música era tranquila y armónica.  Pero con la amistad me pasa como con el amor, no sabría explicar lo que me atrae de la otra persona, pero sé desde el primer momento cuando quiero a alguien. Supongo que sus virtudes apaciguaban mis defectos,  Jesús me daba serenidad.

 Si el inicio de nuestra amistad se debió  al gusto por  las zarzamoras  lo que nos unió definitivamente fue la atracción por las chicas. Vivimos un montón de aventuras juntos pero  el poco espacio con el cuento   y  el pudor no me permiten contarlas todas,   voy a resumirlas en tres historias que ocurrieron en  años sucesivos  durante las fiestas del pueblo (no es casualidad, las Fiestas, sobre todo en la adolescencia, suponen una revolución) y recogen las tres maneras posibles  de acabar una relación con el otro sexo :

MAL: Nos gustaban dos hermanas   que vivían en la carretera de Cardiel,   no nos hacían mucho caso, pero no dejamos por ello de perseguirlas durante más de un año. Durante las fiestas habían estado con los dos mismos chicos todo el tiempo y  el último día, cuando acabaron las chotillas,  nos fuimos enfrente de su casa para verlas llegar. Era una especie de despedida a distancia pues al día siguiente yo me iba a Madrid, y Jesús a Talavera, se acababa el verano. Nos subimos al techo de la Báscula para los camiones, que era nuestro observatorio secreto, y al poco rato las vimos llegar acompañadas de los dos mismos chicos,   en el momento de despedirse se besaron en la boca. La desilusión nos invadió. La verdad es que no esperábamos que fueran algún día nuestras pero  era duro constatar que ya eran definitivamente de otros. Nos  quedamos todavía un rato observando sus ventanas, cuando  apagaron las luces  nos tumbamos bocarriba en el techo y seguimos allí, mirando las estrellas, y cuando estas también se apagaron nos fuimos a casa resignados  pues ya amanecía. Quizá fue mejor así, si alguna nos hubiera hecho caso a alguno de los dos, la situación habría sido violenta para el otro y quizá eso nos hubiera separado.

REGULAR: Al año siguiente  había  fuegos artificiales en la plaza, dos amigas nuestras nos dijeron que lo mejor para verlos era alejarse del pueblo para tener perspectiva y nos propusieron ir con ellas al  Canto de los Enamorados , Jesús y yo nos miramos con  expectación. Cuando dejamos atrás el Canto de Tio Matias, donde terminaban las farolas del pueblo, aprovechando la oscuridad, nos cogieron de la mano mientras seguíamos caminando. Al llegar al Canto empezó a iluminarse la noche con colores y chispas que dejaban los cohetes como migajas por el cielo, pero apenas los pudimos ver porque teníamos los ojos cerrados  mientras las besábamos. Estuvo  bien pero luego nos confesamos que nos hubiera gustado más que las parejas hubieran estado al revés.

BIEN: Al año siguiente,  al acabar el encierro,  vi cruzando la plaza a dos rubias muy monas que   vestían la misma ropa.  Jesús me dijo que las conocía de vista, del Casino de Talavera. Eran  las gemelas Cavanilles, que habían venido con sus padres a ver los toros .Teníamos 16 años y ya no éramos tan pardillos como en las dos historias anteriores, así que tomamos la iniciativa y fuimos a saludarlas. Las invitamos  a tomar algo a la Peña, y entre risas y confidencias puse en el tocadiscos “La quiero a morir” de Francis Cabrel  (mi arma secreta para conquistar chicas, mi himno de guerra para el amor).Nos pusimos a bailar lentas y  viendo a Jesús, acaramelado, con una de las gemelas mientras yo abrazaba fuerte a la otra entre mis brazos alcancé uno de los  momentos de mayor conexión con él, una comunión total.

Si en la 1º historia las chicas  no nos hicieron caso, en la segunda sí pero no del modo que nos hubiera gustado, en esta tercera historia llegamos a la felicidad absoluta, porque si dos amigos nunca se pueden enamorar de la misma chica, en este caso no había conflicto de intereses : teníamos la misma por duplicado.