miércoles, 13 de junio de 2018

NO LEAS ESTAS LÍNEAS SI ESTÁS TRISTE




No leas estas líneas si estás triste o has cumplido más de 60. No leas este artículo si estás afligido o te sientes viejo,  pero tampoco  si eres joven y feliz…








…NO SIGAS LEYENDO.













Con este párrafo en blanco te he dado la oportunidad  de que lo dejaras y siguieras ojeando tranquilamente el “Aguasal”. No quiero  amargarte la existencia. Todavía estás a tiempo de leer el artículo de Robert que siempre  te contagia su buen humor (Roberto hace pan también con las palabras pues todo lo que dice tiene mucha miga). O si prefieres puedes leer el artículo de Gogar pues sus pensamientos  destilan  un deseo juvenil de cambiar el mundo. Porque yo suelo escribir de la adolescencia, ese lugar  feliz a donde vuelan  los sueños  pero no anidan las penas. Pero hoy no me da la gana, m e he levantado cruzado y voy a hablar de la vejez y la muerte.
Cuando yo era niño, había un abuelo que se sentaba todos los días del año en los poyos del ayuntamiento, con la cabeza apoyada sobre la garrota y la mirada perdida en el horizonte de las agujas de la calle de Prisco. Permanecía en esa postura horas y horas, y cuando alguien pasaba por delante y le saludaba, le  devolvía el saludo levantado ligeramente la cabeza  pero sin mover ningún otro  músculo de su cuerpo. Se podría decir que no dormía ni comía pues a  cualquier hora le podías encontrar  allí, como una estatua.
Un día me senté a su lado, y pasado un  rato en el que parecía no haber advertido mi presencia, le pregunté porque nunca se movía, él me contestó: “Estoy viejo y cansado, hijo, sólo tengo fuerzas para soplar las velas de los cumpleaños  y enterrar a mis amigos”
 Creo que no se movía para burlar a la muerte, como queriendo mostrarle que  su vida era insignificante y que no le merecía la pena llevárselo.  Pienso que se camuflaba en los poyos para que la muerte le confundiera con la sombra  del rollo, aunque el rollo se mostraba siempre recto y orgulloso y  él cada día  más encorvado y abatido.
Un verano volví y no lo encontré. Esperé que tan sólo estuviera pachucho y que cuando mejorara volvería a ocupar su lugar en la plaza, pero pasados unos días, temiéndome lo peor,  pregunté por él y me confirmaron que había fallecido . Por desgracia la muerte nunca olvida, nunca se despista, nunca perdona. Como oí decir a  Apolonio un día en la barra del bar: “Los jóvenes también mueren, pero es que los viejos no queda ni uno” .Durante un tiempo la plaza se me hizo extraña sin él, como cuando quitan los entablados después de las fiestas.
Si comparamos la  vida de un hombre con el periodo de tiempo de una semana, podríamos decir que la Tercera Edad es como un Domingo, es el final de todo,  un tiempo de descanso y  vacío. A mí nunca me gustaron los domingos, ni en  vacaciones, porque es un día en que todo lo emocionante  ya ha pasado (el viernes, el sábado) y desde que  te levantas tienes una sensación de  resaca, por el alcohol o por los recuerdos, que  ratifica la idea de  que todo lo bueno se  termina.  
La vejez es  un domingo por la tarde y la muerte un lunes eterno.

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