Permanecía embebido en estas cavilaciones cuando me devolvió a la
realidad la voz de mi amigo Manuel: ¡Eh Juan! ¡Juan! ¡Venga vamos! ¡Tenemos
partido!.
Pero yo no me encontraba con ganas, y ni tan siquiera le respondí.
-
¡Juan! ¿No me oyes? ¡Que tenemos partido!
Y decía esto extrañado de que no reaccionara, como si fuera inapelable
que ante un partido de fútbol no hubiera nada más importante de que
ocuparse, de hecho yo era de esa misma
opinión, pero en ese momento no podía pensar en otra cosa y le dije:
- Juega tu, a mi no me apetece.
- Vamos, ¿Qué te pasa que estás tan mustio?,
cuéntame.
Y diciendo esto pegó un extraordinario boleón a la pelota que llevaba
entre las manos, con un desdén que
demostraba a los que le esperaban que no contaran con él (y a mí que, a veces
,hay cosas más importantes que un partido de fútbol).
Manuel tenía trece años,
uno más que yo, lo suficiente a esa edad
para que mediara entre ambos una gran
diferencia. Me sacaba algo más de un palmo, sus mejillas se ensombrecían por
una incipiente pelusilla y se podía observar una clara protuberancia en su garganta lo que coincidió en el tiempo con una
tonalidad más grave en su voz, a veces interferida por una nota falsa y aguda
que producía gran regocijo en mi y no
pequeño enfado en él. Se habían producido también, según me confesó un día,
otros cambios no tan visibles y cuyo conocimiento me produjo
zozobra y cierta ansiedad ante el futuro inminente y apasionante que me
esperaba.
Nos hicimos amigos cinco años atrás, lo que a
nuestra edad era toda una vida, cuando llegó a mi clase como repetidor ,a
principio de curso . No es que fuera holgazán o
mal estudiante, más al contrario poseía una inteligencia despierta y una capacidad
asombrosa para acometer con éxito cualquier tarea que se propusiese, pero se
había ausentado durante la mayor parte de aquel curso y decidieron que debía volver a empezarlo. Su
padre, que era pastor, consideró que
tenía ya la edad necesaria para
aprender a cuidar las ovejas ( al menos él había empezado con sus mismos años)y así podría ayudarle, cuando fuera menester,
con las más de doscientas cabezas que tenía a su cargo.
No
es que su padre no deseara lo mejor para él, al contrario ,Manuel era lo más
importante en su vida, más aún , la única cosa que tenía, por ello quería
prepararle para la vida, darle un oficio por si algo le ocurriera .Su madre les
había abandonado siendo él muy pequeño, según dicen marchó a Madrid con un
funcionario de abastos que, años atrás, había estado encargado de la
administración y vigilancia de los silos
de Bayuela y del resto de la sierra de San Vicente. Al parecer ella, que había
nacido y vivido en Madrid toda su vida, tenía familia en el pueblo, y en una de
sus visitas a estos parientes, con motivo de las fiestas patronales, conoció a
Felipe, el padre de Manuel. Era un hombre robusto y de constitución vigorosa,
pero no exento de cierto porte, pese a estar gran parte del tiempo entre
ganado, se mostraba muy educado en el trato personal y además era un bailarín
aceptable, y así fue que se enamoraron y al poco tiempo se anunciaron los
esponsales. Pero, muy pronto, la poesía de la vida campestre y el ambiente
bucólico que ella creyó encontrar a su lado se esfumó, y entonces se sintió
asfixiada, sola en casa la mayor parte del tiempo, alejada de las novedades y
el bullicio de la capital.
De
este modo, Manuel, creció en un ambiente espartano, valiéndoselas por sí mismo
desde muy pronto, haciendo las tareas del hogar y ayudando a su padre en lo que
podía, con una camaradería que yo envidiaba. Acostumbrado a vivir sin la
presencia de mujeres, consideraba su sensibilidad y ternura como debilidad, y
sentía un rechazo visceral hacia ellas que, sin duda, había heredado de su
padre, aunque ellos nunca hablaban del
tema. Por eso yo no le conté que me pasaba, no quería demostrarle mi flaqueza
de ánimo ante el afecto y los sentimientos y mucho menos si estos eran debidos
a un miembro del sexo femenino. Así que
le dije:
- "Nada, no me pasa nada, solamente que
estoy harto de tener que estar todo el día en la escuela". Lo cual
tampoco era mentira.
- "Yo
también estoy harto, pero no tendré que aguantar mucho, mi padre me ha
prometido que, cuando cumpla dieciséis, me dejará ir a trabajar a Argentina. Un
tío mío tiene un almacén de herramientas en Mar del Plata y, según dice en sus cartas,
el negocio va en aumento y hay grandes oportunidades de ganar dinero. Se están
levantando numerosas haciendas, llegan inmigrantes de todas partes.".
- "
Y ¿No te dará pena dejar España?, ¿No vas a echar de menos salir con tu padre a
cazar conejos? ".
-"
¡Qué va! todo lo contrario, aquí sólo hay caza menor, allí ,según afirma mi
tío, se puede cazar desde un jaguar a un puma, pero también chinchillas, zorros
y nutrias". Y diciendo esto se sonreía, porque él sabía
que no me refería a eso, y así estuvo en
silencio unos segundos y , ya en serio, dijo:
- "Mira Juan, yo quiero que algún día nadie tenga que mandarme, que la
tierra en que pise y los animales que en
ella pasten me pertenezcan también. No quiero
que me ocurra como a mi padre que pasa el año entero cuidando de las ovejas del
señorito, guardándolas del peligro de lobos y furtivos para que, luego, este
llegue a principios de Junio, con una cuadrilla de esquiladores, y se lleve la lana como si estuviera allí
milagrosamente, ignorando a mi padre, como si el no hubiera tenido nada que ver con todo aquello”.
Siempre
me admiraba la decisión que
demostraba Manuel, pero en esta ocasión
sobrepasaba toda mi capacidad de asombro, nada más y nada menos que cruzar el
océano hacia otro mundo . Yo ,que sentía verdadera excitación cuando iba
Talavera con mi padre, al mercado de ganado, feliz entre el barullo de gentes y
el rumor de sus voces que se confundían en una especie de letanía del
trapicheo, extasiado ante los anaqueles repletos de las tiendas y comercios de
la calle San Francisco. Por no hablar de Madrid, donde no estuve hasta algún
año más tarde, y que en mi imaginación se elevaba como una nueva Babilonia, un
edén de la modernidad y el porvenir, donde crecía el árbol del bien y del mal, (según oíamos en la radio allí
se encontraba lo que de mejor y
peor hay en el hombre: las ceremonias más solemnes y los asesinatos más
atroces). Ahora produce sonrojo pensar
en que los apenas cien kilómetros que la separan de Bayuela ,cubiertos en la
actualidad en poco más de una hora, eran entonces una especie de viaje en el
tiempo, un salto en la historia que llevaba
desde una economía rural, casi del neolítico, a una civilización urbana
que vivía, aunque con retraso, su incorporación a la revolución industrial.
- "Y
entonces, ¿No volveremos a vernos?". Le pregunté.
- "¡Cómo
que no! , esta misma tarde . Me tienes que acompañar y nada más y nada menos
que al hotel, tenemos que ir a ayudar a
mi padre”
- "¡Vale
ya!, siempre te tomas a broma lo que te digo"
- "No
hombre Juan, no te enfades, claro que volveremos a vernos. En cuanto haya
ganado el suficiente dinero volveré, y
tu me ayudarás a hacer todo lo que tengo pensado. Bueno dejémoslo ya, y ahora
¿Vendrás conmigo esta tarde sí o no?, siempre has querido ver por dentro el
hotel."
-
“Sí, iré, iré”.
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