Tenía unos 12 años cuando me
encontré de lleno con ese flujo sin forma ni aspecto, abundante pero inasible, mas
terriblemente necesario para la vida. Desde muy pequeñito ya sospechaba que las
mujeres poseían una naturaleza distinta a cualquier otra cosa que conociera. Cuando estudiábamos en la
escuela historia sagrada siempre me apasionó el relato de la creación del
hombre que nos hacía Don Cristóbal: "Como
corona de la creación, Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza destinándole
a una felicidad eterna. Formó primero un cuerpo hermosísimo, y después, con su
soplo divino le infundió un alma racional. Al primer hombre, que llamó Adán, le
dio una compañera, sacándola, con razón altísima, de su costado, y la presentó
a Adán que la llamo Eva". Me preguntaba cual sería esa razón altísima,
más tarde comprendí.
Como
decía, tenía 12 años cuando me fue confiado el secreto de la vida, el enigma de
la fuerza interna del universo. Si el sexo nos iguala a los animales, el amor
nos confunde a los dioses. Es el amor la verdadera esencia del hombre, la
cualidad excluyente que nos distingue del resto de la creación y no la razón.
D. Amadeo guiaba a sus visitantes, entre el laberinto
de chicos, exhibiendo en sus gestos gran
cortesía y amabilidad ,lo cual
resultaba verdaderamente llamativo, pues acostumbraba a mostrar entre los que
le rodeaban, cuando menos, una actitud displicente. Esto me hizo pensar que el
personaje al que abría camino era de relevancia, pues la única vez que le había
visto así fue cuando visitó nuestra
escuela el gobernador civil de Toledo, el año anterior. Al pasar pude oír lo
que decían:
-“ Puede usted estar tranquilo, D.
Javier, de que su hija recibirá aquí la formación más adecuada para una
señorita.”
- “Confío en ello”. Contestó
el caballero, aunque en la manera de
decirlo no se adivinaban grandes esperanzas.
El grupo encabezado por D.
Amado entró en las escuelas ,demorándose la entrada a clase casi veinte
minutos, lo que sin duda era todo un acontecimiento, si tenemos en cuenta la
importancia que daba siempre a la puntualidad
, pues esperaba a los más retrasados bajo el dintel de la entrada
propinándoles severos capones como bienvenida. Luego salieron solos los dos
adultos y D. Amadeo despidió efusivamente a su acompañante, deshaciéndose en
parabienes.
El episodio había dejado intrigados a todos
los muchachos, que hacían cábalas sobre la identidad de aquel caballero
desconocido, pero yo no pude dejar de pensar
en la chica que le acompañaba. Su pelo era de color castaño, con ciertos
destellos caobas, lucía una media melena que peinaba con suaves
ondulaciones que caían, con indefinible
gracia, sobre los hombros. Los brazos estaban bien contorneados y los
entrelazaba por detrás en una pose a medio camino entre la despreocupación y la
coquetería. No era muy alta, pero la proporción de sus miembros ,así como la
finura y distinción de su porte, la destacaban del resto de las niñas de su
edad ,como Gulliver en el país de Liliput.
Bonita definición de amor
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