La vida es como el mus. Así es, Dios baraja y da
las cartas, mejores o peores, pero tú eres quien las juega. A veces crees que
son buenas pero otro te gana por la mano, mas en otras ocasiones son mediocres
y sin embargo te son favorables por estar en el lugar justo en el momento
adecuado. En el mus, como en la realidad, nada es lo que parece y si en la vida
diaria ,a menudo, decimos una cosa y pensamos otra, aquí hay un peligro
añadido: el pensamiento puede
manifestarse en forma de guiño o de mueca. Pero ,sobre todas las cosas, el mus
nos muestra el poder de la amistad: la
victoria nunca se consigue solo.
La
vida es como el mus y el destino a veces reparte los naipes con muy mala
hostia. ¡Qué soberbia la de quienes desprecian a otros ,que tuvieron menos
suerte, envanecidos por sus actos!. Como dijo el poeta: “Nadie escapa a la
determinación de los astros/ confiados a su esfuerzo,/ni su sentencia azul
borrarse puede,/ tan sólo esperar clemencia de las nubes/ que la oculten con su
sombra./ Naturaleza ardiente que deslumbra mientras muere,/ esa es la suerte de
los elegidos.”
Y
yo, en aquel momento, en las postrimerías de la infancia, presto a adentrarme
por el pórtico de la vida, comencé a
sentir que tenía una partida que jugar. Ahora, llegando a los setenta ,sólo
espero el recuento de las bazas.
Fue
mi padre quién me enseñó a jugar las cartas. Un día, que venía de Talavera de
vender unos chotos, yo, como otras veces, le esperaba en la cuesta del
enebrillo. Como eran pocas las ocasiones en que se iba a la ciudad, aprovechaba
para comprar algunas cosas que
necesitaba mi madre y casi siempre me traía algo a mí también, aunque en
los últimos tiempos era mi hermano pequeño el agraciado. Mi padre me decía que
yo ya era un hombre, pero esto a mí no me convencía, aunque intuía que cuando
mi hermanita Sofía, que ahora sólo contaba
un año, creciera un poco, mi hermano Mario también pasaría al club de
los desheredados.
Le
vi de lejos, montado en su yegua torda, con el paso alegre y bamboleante que
ella tenía. Agité mis brazos como en un remolino , y me contestó haciendo un
gesto con la cabeza, adusto, así era él. Corrí a su encuentro, y al llegar a su
altura le pregunté:
-“¡Hola padre!, ¿Qué me has traido?”,Sin
bajarse de la yegua, me aupó a la grupa
y me sentó con una pierna por cada lado de la silla, a esparranjones
como los hombres.
-“No sabes hacer nada más que pedir, galopo.
¿A que llevas aquí toda la tarde esperándome en lugar de ayudar a tu madre?.
¡Ay, te está criando como un acebuche!”. Me reconvino en un tono cariñoso.
-“Que no padre, he cerrado a la vaca que va
a parir en la portalera, luego he ido a echar de comer a las gallinas y he
llevado los huevos a madre.”
-“Vale , vale, muy bien. Anda toma”. Y
sacó del bolsillo interior de su chaqueta
un pequeño paquetillo envuelto en papel de estraza. Lo desenvolví
nervioso y grité alborozado:
-“¡Una baraja de cartas!, gracias padre ...
¡Una baraja de cartas!.
-“¿ Qué, te gusta?”.
-“ Claro que sí, bien lo sabes,
padre”.
Y
es que llevaba una semana mareándole para que me enseñara a jugar a las cartas.
El Domingo anterior estuvo jugando en casa con unos amigos, a mi padre no le
gustaba jugar en el bar, y yo estuve viéndole durante dos horas, muy
atentamente, pero sin entender lo más mínimo. Cualquier juego para el no
iniciado, no sólo para un niño, resulta bastante incompresible, como el que oye
un idioma extranjero, pero cuando además se trata del mus a ese idioma necesita
de la cábala. Así, en cuanto llegamos a
casa, le arrastré de la mano hasta la mesa, y le senté para que me enseñara.
-“Bien hijo, antes que nada quiero que sepas
que las cartas deben servir para pasarlo bien con los amigos, y no estos para
poder jugar a las cartas, hay gente que hace raros compañeros de camino en las
mesas de juego”. Mi padre, utilizando conceptos de nuestro tiempo, quería decirme que las cartas deben ser un
medio y no un fin. “ Y sobre todo tienes
que ser prudente cuando ganes y digno cuando pierdas. Hay un refrán que dice
"En la mesa y en el juego se conoce al caballero", aunque, a decir
verdad, a la mayor parte de las personas que he conocido con muy buenos modales
en la mesa, luego no se portan muy bien
con el prójimo”.
Mi
padre me estaba dando realmente una lección sobre la vida que he intentado
cumplir siempre. Y si alguna vez en la derrota no fui del todo amigable,
siempre fui discreto en la victoria. Pero no eran esas las explicaciones que un
niño quería oír, sino que me interesaban más las cuestiones prácticas del
juego. Con paciencia, el resto de la tarde, hasta la cena, estuvo explicándome
el valor de las cartas en el tute, el cual no me fue difícil de comprender, al
fin y al cabo no eran mas que un reflejo de la sociedad, con una jerarquía
estricta y cerrada a la que había que
respetar. Por la noche intenté enseñar a mi hermano Mario lo que había
aprendido, pero él pobre tenía sólo siete años y únicamente logramos jugar a
los montones.
Hoy,
los viejos pasan la mayor parte de su tiempo sobre un tapete. Se diría que las
cartas están hechas a nuestra medida. Yo, sin embargo, ya apenas juego, me
parece perder un tiempo precioso en algo que no lleva a un sitio concreto. Las
cartas te distraen, efectivamente, pero yo ahora no quiero distraerme, al
contrario, quiero concentrarme., quiero poner toda mi atención en aquellas cosas ,que por una razón u otra, no
hice a lo largo de la vida. Cuando era joven, bien es verdad, me encantaba
jugar, pero entonces (¡Qué ufano es el hombre!) la vida parecía larguísima y
había que buscar algo con que matar el tiempo, cómo iba a saber que es el
tiempo quién te mata a ti.
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