"Bombita" era un joven
maletilla de atuendo desgastado pero
andar garboso que se peinaba el
flequillo a la verónica y cuyos ojos tenían forma de arco de herradura, como la
puerta grande de las Ventas. Su sobrenombre no era un homenaje al famoso
coletudo de finales de siglo Emilio Torres Reina "Bombita"(fundador
de una importante dinastía de toreros y que tuvo una triunfal carrera hasta que
un toro de Miura le mermó sus facultades), sino que se debía a que había
perdido a sus padres por el estallido de uno de estos proyectiles, arrojado por
un avión sin señales ni marcas que le identificaran, y que nadie supo nunca si
atacaba o retrocedía. De este modo, el "Bombita", huerfano y
desatendido, se decidió por el único camino que existía, al menos en España, de
desamparar a la miseria y ganar el favor de los hombres y el amor de las
mujeres: los toros. En otras épocas los desarraigados y desfavorecidos luchaban
en las fronteras sarracenas por ganar el derecho de "presura", o
hacían las Américas en busca de una encomienda. En nuestros tiempos, el mejor
modo de burlar la rígida estratigrafía social y obtener la púrpura del
reconocimiento es con el encarnado de la franela. En España no basta con adornarse
de un solo don para ser objeto de culto. En esta tierra se exige más, se admira
a los sacrificados y místicos, como los santos, o a los valerosos y artistas
como los toreros. Quizá por ello nuestra gloria nacional es Cervantes, que fue
animoso y arrojado en el Adriático, sacrificado en Argel, espiritual en las
mazmorras sevillanas y lírico en la meseta, (un florilegio de las gracias que
componen el espíritu de la nación).
"Bombita" andaba aún los primeros pasos del particular
"via crucis" de los toreros, que comienza en las capeas, sigue con
las tientas, continúa con las novilladas y termina con las corridas, teniendo
su particular Domingo de Gloria con la salida a hombros de una plaza de
primera. Pero era invierno y la temporada de fiestas en los pueblos había
acabado (¡Dios!, ¡Cómo anhelaba dar un capotazos!). La última había tenido
lugar el uno de Octubre, en Cardiel de los Montes, en honor a la Virgen del
Rosario. Se había corrido un novillo de muy buenas hechuras, berrendo en blanco
y ligeramente corniveleto, le sacaron después de abrir plaza con un eral para
los mozos de la localidad, que, después de tres o cuatro revolcones, había
sofocado en gran medida las ansias de
los más atrevidos. De este modo, cuando el novillo salió a la improvisada
plaza, formada por carros y maderos, el albero (también improvisado con arena
del vecino arroyo Saucedoso) quedo limpio y solo. Entonces, el ruido confuso
que hace la voz que habla al oído, llenó ese vacío recibiéndole. El animal
acudió codicioso a los burladeros y "entablaos" donde se le mostraba
algún trapo abanderado precavidamente por algún palo o caña.
"Bombita" mordía la esclavina de su capote y supo lo que tenía que
hacer. Extendió la capa , delicada, acariciando el suelo, citándole de largo.
Los primeros embroques tuvo que retroceder unos pasos pues la embestida era
incontrolada y salvaje. Su pecho restallaba con la música del timbal que suena
a miedo y orgullo, y su frente rezumaba el jugo del temor y la gloria. Entonces
quiso estirarse, enraizó los pies en la tierra frente a su rival, desoyendo las
leyes del espacio y la cordura, el toro embistió precipitándole bruscamente
contra las tablas, dejándole inconsciente, con la apostura de un muñeco de
trapo. Providencialmente fue arrastrado por entre las ruedas de un carro, justo
cuando su agresor enfilaba hacia su suerte, bramando fiero y arriscado,
resuelto a la acometida.
Tras unos momentos de desconcierto y temor contenido entre las gentes
que le rodeaban, recuperó el conocimiento. Tenía una ceja partida, por donde
fluía cuantiosa sangre, pero también la irresoluble decisión de volver a salir.
Con el cuerpo golpeado y dolorido, pero con el suficiente arresto en las
entrañas, se enroscó un pañuelo entorno a la cabeza y saltó de nuevo a la plaza.
Los flecos de sangre apenas le dejaban ver por el ojo derecho, pero el percance
había apaciguado su ritmo cardiaco y dado mayor cadencia a sus pensamientos,
produciéndole el mismo efecto que el puyazo a un toro, ahormándole para la
lidia. La morbidez de su aspecto y la debilidad de su paso, en contraste con el
vigor de sus ojos, le hacían parecer un ángel caído. Se encontraba en una
disposición desconocida antes, de una extremada sensibilidad y afectación, y
así citó al toro, encontrándole con dos verónicas inimaginables y una media de
remate que encogió el espíritu de los hombres e hizo llorar el alma de las
mujeres.
Se sentía a sí mismo como alejado en el tiempo, como protagonista de
algo ya pasado (con el color dudoso y gris de los recuerdos). La muleta fue una
bandera en sus manos, una bandera que rendía al enemigo antes de iniciar la
lucha. El toro, adicto ya a su causa, como el público allí presente, no tenía
voluntad y parecía querer desvelar algún enigma oculto en el estaquillador de
la muleta, de lo fijo y profundo que la miraba. Mientras "Bombita" le
hacía pasar alrededor ,con un toreo al natural de indefinible galanura y
belleza, despertándole momentáneamente de su trance con algún pase del
desprecio. La muleta era un ala que se deslizaba por el aire, majestuosa y
libre. El toro era un satélite de su figura, una luna negra que le rodeaba por
atracción de su ventura y suerte.
Pero llegó el tiempo del fin y la herida, la edad de la meta y de la
muerte, la suprema hora en que todo se acaba porque por eso ha existido.
"Bombita" cuadró al toro en la suerte contraria, enarboló su estoque
con la prestancia de un quijote y la nobleza del esgrima, miró por última vez
al testigo sereno de su destino, marcó los momentos del asalto y crucificó el
estoque en el lomo del animal (monte del olvido de su bravura). El animal se hincó de manos al momento, como
rindiendo un último acto de homenaje, la genuflexión del enemigo, después cayó
desplomado por completo, con la tragedia de la sangre, con la épica de la
bravura.
Recordando aquella faena su corazón se inflamaba aún más que con el
aguardiente ingerido. Apuró el último vaso y salió de la taberna en busca de su
compañero de fatigas y amigo de la infancia (los únicos verdaderos amigos),
conocido por el mote de "el sello", llamado así según unos por su
perfil impasible y galante, según otros ,y haciendo un juego de palabras, por
su afición a las cartas. Lo que en cualquier modo era cierto es que hacía abrir
las comisuras de las bocas femeninas como la ganzúa del ladrón los quicios de
las puertas.
"Bombita" tiró unas piedrecillas golpeando diestramente el
alféizar de la ventana de "el sello". Pasados unos instantes un
candil hizo una señal a través del cristal y minutos después salía por la
puerta del corral con una manta vieja escondida entre su chaqueta.
- Ya
creí que no vendrías, te has retrasado.
-
Perdona "sello", estuve echando un poco de rescoldo al estómago en la
taberna, la noche está endemoniadamente fría,
-
Podías haber traído una botella para el camino, siempre te sigo fielmente y sin
obtener nada a cambio, parezco un sirviente con librea y tu un hidalgo
arruinado.
-
No te hagas el mártir, la última vez que te pedí que me acompañaras a una capea
bien que te quedaste con la manceba de la tahona, arrullándola como un palomo a
una tórtola, susurrándola cosas al oído con tu habla dulce y halagüeña. Apuesto
a que te amasó buenas tortas. Así que ya lo sabes, si vienes es porque quieres.
"El sello" no sentía una especial inclinación por el arte de
cúchares, pero amaba la aventura y la pendencia, y además no quería dejar solo
a su amigo.
-
Vale, vale, pero estás seguro de que no está el mayoral, mira que ese tiene muy
mala sangre y es el buen perro de su amo.
-
Seguro, ya te dije que esta tarde salía hacia Talavera para llevar unas vacas
viejas al matadero.
-
Un día de estos nos van a pillar y nos van a dar más palos que a una estera.
-
¡"El sello" con canguelo!, lo que hay que ver, ¿No estarás enamorado
o algo peor?.
-
¿Algo peor?.
-
Sí, sí, no habrás dejado encinta a alguna de tus pollitas y sientes ahora la
llamada paternal de la sangre.
Y diciendo esto echó a reír estrepitosamente. "El sello" torció
el gesto demostrando fastidio y un enfado demasiado exagerado y teatral y le
respondió:
- ¡Cállate!
¡Pájaro de mal agüero!, ¿Cuándo te he fallado yo?
-
Nunca, ya lo sé, de todos modos descuida, esta será la última vez que hagamos
la luna.
-
¿Que ocurre te ha tocado la lotería? ¿Has encontrado apoderado y yo no me he
enterado?.
-
No, todavía no, pero en Marzo se va a dar una corrida de la oportunidad en la
plaza de Vista Alegre, y durante una semana harán pruebas con vaquillas a los
aspirantes. Escogerán a los seis mejores y los harán debutar de luces, y puedes
jurar que yo estaré entre ellos. Y ahora dejémonos de palabras y vámonos, no
tengas miedo.
Sus cuernos brillaban con la luz pálida de la luna, con su misma forma
creciente sobre la testuz de la noche. Esta visión les producía una
indescriptible emoción, un arrobamiento que les hacía tiritar la carne e
incluso los huesos. Pasada la primeras impresión, no quisieron retrasarse ni un
segundo y condujeron uno de los toros, a punta de capote, hasta un claro, junto
a unas encinas que servían a un tiempo para ocultarles del hombre y para
guardarles de la fiera. Apenas le habían dado unos mantazos cuando una
algarabía tremenda se oyó, estaba formada por ladridos y voces, aullidos y
gritos amenazantes. Cuando quiso reaccionar "Bombita" ya no tuvo
tiempo de saltar por la tapia donde se había descolgado su amigo, pues los
demás toros, alertados por el ruido, le tapaban esa vía de escape. No le quedó
más remedio que correr en la misma dirección en que venían sus perseguidores,
para intentar alcanzar la verja de la puerta principal. Ya tenía una pierna al
otro lado cuando sintió el frío fuego de un disparo en la rodilla. Se arrastró
como pudo, envuelto en la oscuridad, hasta un pajar cercano, donde se sepultó
entre las cañas secas de la cebada. Al amanecer fue encontrado sin sentido
junto al pueblo, la rodilla le había quedado astillada por los perdigones y
había perdido mucha sangre. La pierna se había gangrenado, el médico no pudo
hacer nada para salvarla.
Me contaron que le vieron vendiendo almohadillas en la plaza de toros de
Toledo, su flequillo gracioso y particular se había hecho ralo y canoso, lucía
una ostensible pata de palo.
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