Tía Lucía era pequeña y seca como una cepa, y como ella daba un fruto generoso y dulce. Era hija de
la tierra, por eso se movía por ella con
la gracia y ligereza de un pajarillo y cuando iba al campo ,principalmente al
“Pan y vino”, saltaba las tapias y se doblaba bajo los alambres como una chiquilla. Y es que en realidad eso es lo que era,
porque entre las arrugas (surcos donde seguro
sembró muchas lágrimas) surgían unos ojos muy vivos, llenos de
ingenuidad y ternura, que revelaban una eterna juventud. Pese a quedarse viuda
y con hijos en plena posguerra , el peor escenario que uno pueda imaginarse,
supo vencer al destino y sobreponerse tanto a su historia personal cómo a la
Historia con mayúsculas, y todo ello sin renunciar a un optimismo
inquebrantable (que en los malos tiempos es la única riqueza con que cuentan los pobres).
Tía Lucía, pese a que vestía de negro y dejaba su cabello plateado, no
era una mujer antigua; era en el mejor de los sentidos “una mujer de las de
antes”, pero que no renunciaba a los nuevos tiempos. Su nieto Chema le decía
que no tenía que morirse sin probar la coca-cola y sin ir al menos una vez al
Bernabeu. No consiguió nunca lo primero, ella prefería su agua del botijo,
siempre presente, ya fuera verano o invierno, sobre el paño de la mesa camilla
(que aunque sólo fuera como adorno a mí me parecía más bello que una figura de
Lladró), pero sí logró que le acompañara, con 90 años, a ver el partido Real
Madrid-Sevilla. Habría que verla allí tan contenta, en el corner del fondo
norte, animando a sus jugadores, porque tía Lucía era muy aficionada a todos
los deportes (ya fuera futbol, baloncesto o
watterpolo), pero sobre todo le gustaba el Real Madrid.
Una vez le tejió a su nieto, que es socio y tan apasionado como ella
del equipo merengue, una bufanda blanca
con dos cenefas moradas, para cuando fuera al campo la ondeara
orgulloso, pero coincidió con las dos ligas que perdió el Madrid en Tenerife,
en la última jornada, y eso le dio mal
fario , pues bien, ni corta ni perezosa,
la devanó y la volvió a tejer
para ahuyentar así la mala suerte. Con esa misma bufanda , ave fénix de
lana, renacida por la determinación de
Tía Lucía, vi con Chema la final de la Champions League cuando el Madrid ganó
la 7ª y al finalizar el partido la llamó
por teléfono y vi que, durante largo tiempo, escuchaba en silencio húmedos los
ojos, le pregunté:
- ¿Qué te dice?, él me puso el auricular y aún
pude oírla cantar:
- ¡oéoéoéoéoéoé!
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