En el arroyo de Guadamora, junto al
molino viejo y derrotado, con los sillares tirados por el suelo, como
nuestra ropa, nos bañábamos desnudos una soleada tarde de Agosto. Mi madre no
quería que lo hiciera, le parecía
peligroso porque no había nadie para vigilarnos y sabía que nos tirábamos desde
las piedras en la pequeña poza que se formaba con las aguas rezagadas del
invierno . Por eso yo lo hacía a sus
espaldas hasta que descubrió el bañador mojado que yo colgaba en la troje, detrás
de la máquina de coser Singer. Por eso nos bañábamos desnudos aquella tarde ,
por eso y porque no hay mayor desvergüenza que la de un chaval de 12 años con
poco vello en las ingles y menos sentido común en la cabeza.
Chema, Javier y yo, estábamos
felices, despreocupados, entonces el verano nos parecía eterno y la vida
simplemente no tenía fin. Eramos inquietos, fanfarrones, bromistas, y siempre
buscábamos la manera de estar pasándolo bien, la risa era el himno de nuestro
país y su bandera un ojo guiñado después
de cada frase dicha con ironía.
. Ese tarde jugábamos a tirar
una botella al agua y había que encontrarla buceando, la botella al ser de cristal
se confundía con los espejismos del agua pero la banda azul sobre la que estaba
escrita la marca FANTA la hacía distinguirse del fondo. Cuando fue mi turno
para encontrarla vi de reojo a Chema
cuchicheando algo con Javier, y aacto seguido , aprovechando que estaba zambulléndome,
cogieron todas las ropas, incluída la mía , y salieron corriendo. Grité sus
nombres acompañados de palabrotas e improperios pero no contestaban, pensé que
pasado un tiempo aparecerían y la broma habría acabado pero no fue así.
No pensaba volver al pueblo en
pelotas pero la perspectiva de que viniese alguien y me viera no me seducía
mucho. Alguna vez nuestras amigas venían
allí a vernos e incluso alguna más atrevida se metía también en el agua. Cuando
más agobiado estaba encontré mi salvación
unos 50 metros arroyo abajo, en la huerta del Tio “Pajarín“.
Llevaba sombrero de fieltro, camisa a cuadros sin mangas y unos pantalones que
algún día fueron de pana, mantenía abiertos sus brazos en señal de bienvenida
o penitencia, manteniéndose
imperturbable así de la mañana a la noche . Era un espantapájaros estupendo que
vigilaba las hortalizas y que habría aprobado con nota el examen para Judas en
Semana Santa. Con cuidado de no pincharme en los pies fui avanzando de
puntillas hasta que salté al huerto, me puse el pantalón anudado con una pita,
la camisa desgastada por el tiempo y la intemperie y para no dañarme los pies
encontré detrás de un chamizo unas botas de goma que usaba el Tio “pajarín” para regar.
De esta guisa subía la cuesta arriba cuando a la altura del caño
bajaban Chema, Javier y las chicas, a las que habían ido a avisar para hacer
escarnio de mi a situación comprometida. La cara de estupefacción de Chema fue
de libro, sus ojos , que cuando se ponía gracioso eran achinados , se volvían
ahora grandes y redondos, como los faros
del camión de Tio Uve. el pensaba que
había hecho la broma del siglo pero yo
había sabido vencerle. Las chicas
se reían pero yo seguí mi camino con mucha dignidad, aunque con poca elegancia
en la vestimenta, hasta el campo de futbol donde me pude cambiar en sus
vestuarios .
Aunque había salvado la papeleta mi deseo de venganza era muy grande y
para darle un escarmiento pensé darle
donde más le dolía. Aunque era ocurrente y muy desenvuelto con las chicas,
cuando le gustaba una de verdad no hilaba más de dos palabras y
entonces, el chico gracioso se convertía en un patoso. Había una chica que se
llamaba Mamen a la cual no se atrevía a decirle nada y en cuya presencia
palidecía y casi tartamudeaba, así que pensé que podía ser un buen instrumento
para hacer mi broma a Chema, Le escribí una carta de amor en su nombre llena de
cursilerías y con un poema final que era para producir jolgorio en cualquiera
que la leyera. Todavía recuerdo unos versos: “Tengo destrozado el corazón/
Por tu cara redonda y bonita,/Tu boca es como un cañón/Tus dientes como la
dinamita”.
Mi primera intención era echarla en el correo para que Pascual, el cartero, la
llevara hasta el buzón y no ser descubierto. pero mi impaciencia era grande, así
que esa misma noche la metí en su buzón mientras su perro me ladraba
acusica.
Ya me frotaba las manos
imaginando la cara que pondría Chema cuando Mamen le hablara de la carta
que le había escrito, jeje. Aunque le negara su autoría pasaría bastante vergüenza y además su más que seguro
azoramiento le delataría y Mamen vería que estaba por ella. Pero resultó que a la chica le encantaron sus
palabras (me di cuenta de que ella también
sentía algo por él), y una semana después empezaron a salir . Estaba
claro que a mi no se me daban bien las bromas y me quedé como Cirano de Bergerac, con su misma frustración
y su misma nariz.
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