De todas las fiestas que se
celebran en el pueblo “las luminarias” ocupan un lugar especial en mi corazón.
Como vivo en Madrid sólo he podido celebrarlas cada 6 o 7 años, cuando caían en
fin de semana y por ello han sido más anheladas, más deseadas y su recuerdo
tiene un gran valor simbólico porque fueron coincidiendo con distintas etapas
de la vida( infancia, adolescencia, juventud, …) .
En mi primer recuerdo de las
luminarias tendría unos 7 años, y me parecieron asombrosas. Solo en la calle de
la Iglesia había preparadas tres hogueras con grandes troncos de encina,
retamas y algún mueble viejo. Sin moverme de casa, aquella noche, asistí a un
espectáculo que me emocionó y asustó a partes iguales. Cuando se encendieron me
pareció un espectáculo maravilloso, las llamas se retorcían y en poco tiempo se
elevaban altaneras por encima de los tejados, pero entonces temí que se pudiera
quemar alguna casa y me asusté. Cuando las llamas se atemperaron y ya todo
parecía tranquilo se oyó un tumulto y de repente una caterva de muchachos
bajaba por la cuesta aullando y brincando, eran los quintos que saltaban las
lumbres como endemoniados y yo al verlos vestidos con ropa militar y la cara
tiznada, me parecía estar en medio de una batalla, donde no sabía decir si
huían o atacaban. Cuando al final de la noche todo pasó me quedé jugando con la
lumbre que agonizaba, removiendo las ascuas mientras se asaban unas castañas.
Cuando me fui a la cama me costó dormir, cerraba los ojos y todo eran chispas,
como cuando te aprietas fuerte los ojos con los puños, que ves estrellas de
colores, luego entré en un sueño profundo y se cumplió el augurio que hizo mi
madre: “Si juegas con el fuego luego te harás pis en la cama”.
Pasó algo más de un lustro
cuando presencié mi siguientes luminarias, entonces era ya era un adolescente y
ya no quería ser un mero espectador sino protagonizar los hechos que recordaba
haber visto cuando era niño y lo que me habían contado mis amigos que vivían en
el pueblo. Recorrimos todas las calles viendo las luminarias, conté más de
treinta, y delante de la casa de una chica que me gustaba salté varias veces
por encima de la lumbre para mostrar mi valor, pero como a esa edad los hombres
somos unos insensatos, una de las veces salté sin advertir que también lo hacía
otro chico y chocamos en el aire. Yo me llevé la peor parte por que caí sobre
las brasas y aunque de un brinco me levanté rápidamente, me quemé la mano y lo
que es peor un plumas que acaba de estrenar y que a diferencia de mi mano ya no
tendría remedio. Una vez más mi madre me había advertido y no la escuché: “Que
te digo siempre, Juli, piensa antes de hacer las cosas”.
La tercera ocasión en que fui a
las luminarias yo era quinto, y las viví con mucha pasión, teníamos la
sensación eufórica de que el pueblo era nuestro, de que el mundo entero nos
pertenecía. En nuestro recorrido por las calles del pueblo, robando algún trozo
de panceta que se descuidaba en la parrilla y tirando cohetes que llegaban tan
alto como nuestra chulería, paramos un momento en un mirador que hay en lo alto
del “Cerrillo” y quede absorto contemplando el pueblo entero iluminado por las
luces doradas que parpadeaban , y el cielo me pareció una enorme charca que
reflejaba multiplicadas las luces de las hogueras y entonces pensé en las palabras
que me dijo mi madre “Disfruta de la vida, hijo, pero recuerda que la juventud
es como una luminaria: ardiente pero pasajera, lo importante es que cuando se
apaguen las llamas duren mucho los rescoldos”. Una vez más ella tenía razón.
Y ahora, que ya he vivido
muchas, pienso en el día que viejo y achacoso, contemple las luminarias sentado
en una silla toda la noche , con la cabeza apoyada en la garrota, admirando la
danza de las llamas y el baile de las pavesas, sin fuerzas para levantarme ,
pero con las mismas luces chispeantes en mis ojos ,como cuando era un niño.
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